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El doctor Ruiz se indignaba de que en nombre de la civilización se anatematizase por bárbara y sangrienta la corrida de toros, y en nombre de la misma civilización se alojasen en un jardín los animales más dañinos e inútiles de la tierra, manteniéndolos y calentándolos con un lujo principesco. ¿Para qué esto? La ciencia los conocía perfectamente y los tenía ya catalogados.

Pareció fijarse por primera vez en el lujo discreto y sólido de aquella vasta pieza. Se levantó para ver de cerca algunos cuadros modernos de pintores célebres que adornaban los muros. Para ella, las firmas de los artistas eran más interesantes que los lienzos. Valuaba su mérito con arreglo á la fama de caros que tenían sus autores. ¡Lo que vale todo esto! exclamó con admiración.

En el fondo del pabellón, frente a la puerta, estaban los colosos de esta asamblea silenciosa e inmóvil; los Doce Apóstoles, barricas enormes de roble tallado y lustroso como si fuesen muebles de lujo; y, presidiéndolos, el Cristo, un tonel con tiras de roble esculpidas en forma de racimos y pámpanos, como un bajo-relieve báquico de un artista ateniense.

Con la viveza de una niña que corre a satisfacer un soñado capricho, atravesó Currita los vastos departamentos del palacio, en que resplandecían por todas partes el lujo y la molicie; llegó a uno de sus extremos, la de honor en otro tiempo, habitada entonces por la servidumbre.

Toda la calle se fija en ella y se burla de su lujo y sus pretensiones.

Muchos dramas de esta clase, así por sus escenas de magia, cuanto por sus continuos cambios de decoración, y por la música, que las acompañaba, á propósito para cautivar los sentidos, exigían gran lujo escénico, y aprovechaban cuidadosamente con este objeto los elementos de la antigua mitología; con igual frecuencia empleaban las tradiciones de la Edad Media, los libros de caballerías y la poesía épica italiana.

La idea de Versalles nos preocupa absolutamente, como si no dejara espacio alguno en nuestras imaginaciones para otra idea ni otro recuerdo. ¡Qué alcázar! ¡Qué museo! ¡Qué salones! ¡Qué lujo! ¡Qué riqueza! nos decimos continuamente mi mujer y yo.

¡No crea, señor, si son arboledas grandes!... Mire allá... ¿ve?... derecho a aquella punta de hacienda... bueno... ése es campo de los «Unzueces»... que tienen árboles por lujo... ¿Y no parece, eh? Que queda lejos... pero el bosque es grande...

Un yacht, señorita respondió don Adrián en tono muy ponderativo : un yacht, así, en puro inglés; y de lujo, ¡caray! lo que se llama de lujo... eso es: vamos, un yacht de regatas, de primera.

Al terminar su análisis, después de haber relatado la enfermedad de su hija con todo lujo y pormenores y dejar ya trazado el exacto inventario del sufrimiento que nos tortura a los tres, le proclamaron unánimes su maestro. »Razón tenían para ello.