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Por mucho que te espantes y por mucho que ahueques la voz, te diré sin sensiblerías ridículas que para el famoso amor a la madre encubre un agravio miserable y ruin. ¡Qué monstruosidad!... exclamó Lorenzo.

Melchor veía en el semblante de Lorenzo y en la vaguedad melancólica de su mirada, el reflejo de lo que pasaba por su espíritu; pero esta vez le atribulaba menos, porque el asentimiento obtenido de él para hacer el viaje que realizaban y permanecer en el campo algún tiempo, lo había considerado fundadamente como un gran paso hacia su curación, en la que estaba leal, sincera, hondamente interesado.

El galope duró cuanto lo permitió la naturaleza del suelo, que a no haberse interpuesto un bañado continuaría acaso todavía; y el paseo se prolongó por mucho tiempo, pues pasado el momento de la prueba inicial, Ricardo y Lorenzo se posesionaron resueltamente de sus caballos, a los que, a ratos, creían sinceramente que ellos los habían domado.

¿Parece que no has leído mucho? dijo Ricardo a Melchor, asomándose por sobre el espaldar del asiento y viendo doblados los ejemplares de La Nación y La Prensa. En cambio parece que has dormido bastante repuso Melchor, levantándose. No; he dormitado. Lo mismo que yo dijo Lorenzo, incorporándose; ¡si no se puede dormir con el movimiento del tren!

¡Bueno, Melchor, adiós! Sólo nos queda agradecerte cuanto has hecho por nosotros le dijo Lorenzo, fija y fríamente contemplado por Melchor, y pedirte disculpas por lo que te hemos incomodado. Bueno, adiós, entonces, que les vaya bien. Por mi parte, Melchor, no sabría cómo pagarte algo de lo mucho que has hecho por . ¿Yo?... ¡Bah! A no me debes nada.

¡Qué es eso?... ¡Caramba!... ¿Qué tienes?... repetía Melchor, inclinado cariñosamente sobre el cuerpo de Lorenzo. ¡No !... repuso éste, poniéndose de pie y reclinándose lánguidamente en el pecho de Melchor, no ... hace rato... ¡tengo una opresión...! que no oiga Ricardo...

Debes realizar esa obra buena; pobre infeliz dijo Lorenzo. Mañana mismo nos vamos de un galope hasta el «Paso», ¿qué les parece? y le hablo respondió Melchor, que de pocos estímulos necesitaba, para lanzarse en empresas de esa clase. ¿Y piensa traerla, don Melchor? Traerla, no; pero ofrecerle que se venga cuando quiera... es un crimen dejar a una mujer como ésa en semejante condición.

Al presentarse en el sitio en que se rasqueteaban y ensillaban los caballos, éstos resoplaron vibrantemente en forma que Lorenzo quiso entender como una burla, casi como si fueran carcajadas caballunas, como si hubieran sido capaces de pensar al verle: ¡Y éste es el que va a montarnos!... mientras los perros le contemplaban a cierta distancia sin que faltara alguno más confiado que se llegase a helarle las pantorrillas con el soplido explorador de su hocico.

¡Estás hecho un Brillant-Savarin perfeccionado! dijo Lorenzo.

¿Qué hora tiene, don Melchor? Las diez menos cuarto. ¡Verdá! que hemos andado pronto... bueno que estos caballos son de ley. El que es de ley es el cochero dijo Lorenzo, y no le hacen justicia. Y con caminos pesados agregó Ricardo. Algo... , señor... al salir del pueblo...; pero después, no... por aquí está casi seco... es que hemos tenido caballos guapos...