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Se iba a la ciudad, a casa del abogado de la Marquesa, para conocer el resultado de la venta, para saber quiénes eran los nuevos propietarios de Longueval; quedábale todavía un kilómetro que correr antes de llegar a las primeras casas de Souvigny; pasaba por el parque de Lavardens, cuando oyó sobre su cabeza voces que lo llamaban. ¡Señor cura, señor cura!

Y a silbar a los cómicos llamaban, consiguientemente, mosquetear, verbo que falta en el dicho léxico. Ruiz de Alarcón, en el acto I de Mudarse por mejorarse: «REDONDO. ...Representante afamado has visto, por sólo errar vna sílaba, quedar a silbos mosqueteado

Las tres primeras, que reservo para otra narracion, estaban invisibles cuando tocamos en ellas. Algo nos detuvimos en Amiens, ciudad histórica por mas de un motivo, y tan antigua que remonta a los tiempos anteriores á la conquista romana. Los Romanos la llamaban Samarobriva, y ella fué la capital de la Francia merovingiana, residencia de los primeros reyes francos en la Galia.

Tiene usted razón, don Antolín: por algo se llamaban Católicos aquellos reyes. Establece la Inquisición doña Isabel con su fanatismo de hembra. La ciencia apaga su lámpara en la mezquita y la sinagoga y oculta los libros en el convento cristiano, viendo que es llegada la hora de rezar más que de leer. El pensamiento español se refugia en la sombra, tiembla de frío y soledad, y acaba por morir.

A nadie le cabía en la cabeza, a nadie le pasaba por la imaginación, que el teólogo, el santo, como llamaban a D. Luis, rivalizase con su padre, y hubiera conseguido lo que no había conseguido el terrible y poderoso D. Pedro de Vargas: enamorar a la linda, elegante, esquiva y zahareña viudita.

Sumido en la sombra de la Catedral, ocupaba un lado entero de la plazuela húmeda y estrecha que llamaban «La Corralada». Era el palacio un apéndice de la Basílica, coetáneo de la torre, pero de peor gusto, remendado muchas veces en el siglo pasado y el presente.

Más adelante se substituyó éste con petróleo, pero yo no alcancé a ver tal reforma. Debajo de la escalera que conducía a los palcos había un nicho cerrado con persiana que llamaban «el palco de don Mateo». De este don Mateo ya hablaremos más adelante.

Dice así: «Una vez era un hombre que, por pensar y sentir tanto, hablaba escaso y premioso. No hablaba, porque comprendía tantas cosas en cada cosa singular, que no acertaba a expresarse. Los otros le llamaban tonto. Este hombre, cuando supo expresar todas las cosas que comprendía en una sola cosa, hablaba más que nadie. Los otros le llamaban charlatán.

Desde las riberas aragonesas al fondo del mar Negro, todo el Mediterráneo se veía surcado por los buques de la marina catalana, que recibían los más diversos nombres. Los ligeros, que se ayudaban con remos, se llamaban galeas y galiotas, leños, corcias, burcias, taridas, fustas mancas, xuseres y saetias. Unos eran de ligna alsata, ó sea con altas bandas; otros, de ligna plana, ó cubierta corrida.

A este le llamaban Muley Abbas. Y a ti Cuarto e kilo, por lo chica que eres. Poner motes es cosa fea. ¿Verdad, Almudenita? Las personas decentes se llaman por el santo bautismo, con sus nombres de cristiano. Y esta señora, ¿qué gracia tiene? Yo me llamo Benina. ¿Es usted de Toledo, por casualidad? No, señora: soy... dos leguas de Guadalajara.