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No contestó el anciano, con mucha franqueza, no lo creo, ni se lo predigo tampoco. ¿Y qué es de su hija? añadió. Me parece que se llamaba Mabel, ¿no es así? Está en Londres y ha heredado toda la fortuna respondí.

Venía volada por la calle, y él detrás, detrás. ¡Qué asiduidad! ¡Qué perseverancia! ¡Ay! Déjenme ustedes que repose y tome aliento. Aquella criatura facunda y versátil, especie de andrógino reseco y sin incentivo, vivía en la Rúa Ruera, y se llamaba Felicita Quemada.

La de Esteven pensaba: ¿A qué vendrá ésta? ¿qué mosca la habrá picado? ¡es ocurrencia! después de tantos años... y cuando nadie la llamaba; ella no podrá decir que haya hecho yo la menor insinuación.

Ordinariamente iba yo a buscarle a la hora de entrar al colegio, le llamaba desde el jardín para que bajase.

En aquella época no llevaban nombres puestos a la ventura, sino nombres significativos de sus más egregias cualidades, por donde sólo con mentarlas se puede colegir, lo que valían. Entonces no se llamaba Doña Sol una fea, ni Blanca una negra, ni Dolores una regocijada, ni Rosa la que olía mal o era áspera como cardo ajonjero.

A los almirantes extranjeros los llamaba con estrafalarios nombres, ya creados por él, ya traducidos a su manera, fijándose en semejanzas de sonido.

Desde el primer día de su llegada, y por cierto que un cierto le considera como rival... en la herencia... Y creo que va á verse con el General para la cuestion de la enseñanza del castellano. En aquel momento un criado vino para decir á Isagani que su tío le llamaba.

13 Pilato entonces le dice: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? 14 Y no le respondió ni una palabra; de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho. 15 Y en el día de la fiesta acostumbraba el gobernador soltar al pueblo un preso, cual quisiesen. 16 Y tenían entonces un preso famoso que se llamaba Barrabás.

En fin, y para no cansar a los lectores, consignaremos sin más preámbulo que el Preste Juan o soberano de aquella tierra que se llamaba entonces David, se enamoró perdidamente de donna Olimpia, y acabó por casarse con ella.

Este prodigio de los pescaditos iba seguido casi siempre de lo que él llamaba el milagro del peixòt, pretendiendo con el peso del tal pescadote aplastar las dudas de la impiedad. La galera de Alfonso V de Aragón el único rey marino de España chocaba al salir del golfo de Nápoles con un peñasco oculto, cerca de la isla de Capri.