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Allí contrastan los mas antiguos monumentos de la edad feudal y muchas callejuelas tortuosas, estrechas, extravagantes y del aspecto mas original, con los edificios sencillos y grandiosos del tiempo actual, los lindos jardines, las anchas calles tiradas á cordel y las elegantes casas que representan la aspiracion á lo confortable, limpio y de buen gusto.

, señor; pero parientes lejanos; mi madre y mis otros hermanos murieron hace mucho tiempo... mi hermana se casó hace cuatro años... vive allá... ve... derecho a ese rosal... ¡Ah! agregó repentinamente dirigiéndose a la planta, vean qué dos pimpollos tan lindos, ¿eh? y cortándolos volvió con ellos al camino diciendo al separarlos pues estaban en un mismo gajo: uno para usted... y otro para usted...

¡Mis lindos capones! gruñó Susana, que juzgó oportuno aparecer y unir su nota sombría a la nota chillona de su ama. ¡Ah, piel de Judas! gritó mi tía. Y se precipitó detrás de las sirvientes cerrando furiosa la puerta de un golpazo. Señor cura dije yo inmediatamente, ¿creéis que en el universo entero haya otra mujer tan abominable como mi tía?

María Teresa levantó sus lindos ojos, y dijo sorprendida: ¿Es decir que usted no se habría encontrado bien en Etretat, por la única razón de que en esa época del año, no es de buen tono quedarse? ¿Exigen los ritos de la vida social que se tenga una invitación para algún castillo, precisamente en la época de la caza?

La via que tomamos en Zuric gira por una comarca de alegres y pintorescas planicies hábilmente cultivadas, salpicadas de lindos bosques, pueblos y cortijos, y entrecortada por graciosas colinas que algunas veces ofrecen las proporciones de pequeñas montañas.

Bebé se había acostumbrado a pronunciar, sin esperar a que se le respondiera con una palabra o un gesto de cariño. Nadie podría creer que los ángeles sean más lindos en el cielo dijo Dolly, acariciándola y besándole los rizos rubios . ¡Y decir que estaba cubierta con esos harapos sucios y que su pobre madre murió de frío! Pero está Aquel que cuidó de ella y la trajo a vuestro umbral, señor Marner.

Aunque confusa y enmarañadamente, los seis presumían de buenos cristianos, y todos eran tataranietos de tres elegantes y lindos escuderos de Castilla, que habían acompañado a Ruy González de Clavijo cuando visitó a Tamerlán como Embajador de Enrique III. Tres señoronas de la corte de Samarcanda, tan encopetadas como antojadizas, se habían prendado de los escuderos susodichos, se habían casado con ellos, reteniéndolos en el centro del Asia, y de tales enlaces procedían los Pérez, los Fernández y los Jiménez, de cuyo patriótico atavismo aquí damos cuenta.

En el primer caso, dicen: Es cosa buena, ¿cómo se había de negar? No tiene más sino aquello, y lo otro, y lo de más allá... ya se ve; las cosas no pueden ser perfectas. En el segundo, dicen: Señor, no es mala; pero no es para todo el mundo: hay cosas demasiado profundas: tiene bellezas: sobre todo hay versos muy lindos.

Brillaba con tanta evidencia la curiosidad amable en sus lindos ojos, que Charito, impaciente, la abordó con un tema trivial, el primero que se le ocurrió. Julio, como distraído por una preocupación, volvió a despedirse.

Así es que inmediatamente quedaron desencantados los tres mancebos. La China y la Tartaria fueron dichosas bajo el cetro del Príncipe. La Princesa y sus amigas lo fueron más aún casadas con aquellos hombres tan lindos. El Rey Venturoso abdicó, y se fue a vivir a la corte de su yerno, que estaba en Pekín.