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El viejo habla con la dama de compañía, que parece humanizada por la emoción. Tiene aún en la mano la carta mugrienta y trágica, que acaba de leer una vez más.

¿Usted se queda a preparar el terreno, eh? , hombre, a arreglarlo todo. En cuanto don Víctor cerró de un golpe la puerta de la escalera, Ana entró asustada en el comedor. Iba a hablar, pero llegó Petra a recoger el servicio del café y calló fingiendo leer El Lábaro. Salió la doncella y Ana dijo: ¿Qué hay, Álvaro?... No te entiendo... Petra marcha de esta casa. Adiós espías.

Nos casamos... ¿Pues creerás que al mes de casados, viene el primo a Madrid y empieza a hacerme la corte por lo fino?». Fortunata parecía que estaba oyendo leer el relato más novelesco, según el interés y asombro que mostraba. «Pues verás. Fenelón era un bendito; de estos que juzgan a todo el mundo por mismos, y que no ven el mal aunque se lo cuelguen de la nariz.

Entró de nuevo, y con gusto, en la vida animada de Madrid. Como traía provisión de salud, acudió presto a todos los parajes donde se rinde culto al placer, anudó antiguas relaciones, tornó a escribir en los periódicos y a leer poesías en los salones.

Durante el verano, se dan conciertos en la Catedral, como en un teatro, con objeto de hacer oir á los extranjeros el celebrado órgano de dicha iglesia. La legislacion civil y criminal de cada canton es diferente; como lo son la lengua y la religion. Entre otras muchas sentencias que he tenido la curiosidad de leer, resalta la siguiente por su originalidad.

Abrazó a Rinconete y a Cortadillo, y echándolos su bendición, los despidió, encargándoles que no tuviesen jamás posada cierta ni de asiento, porque así convenía a la salud de todos. Acompañólos Ganchoso hasta enseñarles sus puestos, acordándoles que no faltasen el domingo, porque, a lo que creía y pensaba, Monipodio había de leer una lición de posición acerca de las cosas concernientes a su arte.

Y esas gentes, realmente sencillas, nada tienen de rústicas sinembargo: saben leer, escribir y calcular, en lo general, comprenden sus derechos y deberes civiles y políticos, y tienen esa conciencia de su personalidad que les viene de la libertad, del trabajo independiente y de las prácticas sencillas y austeras de la religion reformada.

¡La mía! replicó prontamente el Delfín, dejando entrever la fuerza de su amor propio , la mía... un animalito muy mono, una salvaje que no sabía leer ni escribir.

Quilito no tiene viejo que pague los platos rotos, y piensa que si pierde, no tendrá más recurso que el tirito prometido a la tía Silda. Las alternativas de la suerte les mantiene en una agitación penosa, y diariamente van a leer su sentencia en la pizarra; ningún curso de catedrático es seguido con más asiduidad que este de la Bolsa, dictado por el demonio del juego.

Mas era preciso leer aquellos papeles, que podían esclarecer alguna de mis dudas.