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Llegamos al Banco, atravesamos unos pasillos, penetramos en el salon donde se paga ... ¡Santísimo Sacramento! ¡Esto no es un Banco; esto es un mar de oro. Pero perdóname, lector: me es imposible terminar hoy la larga reseña de este día. Encomendándome á tu indulgencia, te envio á mañana. Día vigésimo segundo Banco de Francia. Consideraciones. Comida, Ocurrencia graciosa de un menestral.

No pude menos de decir á mi mujer: Cosa notable debe ser ese buen restaurant Champeaux, cuando tan de manifiesto se pone, sin temor de que se le descubran las faltas. Vamos á comer, y empujamos la puerta del dicho Champeaux. Véanos el lector en un salon pequeño, pero adornado de espejos magníficos, de magníficos tubos de gas, y de mesas muy blancas, con un servicio esmerado y gracioso.

Ya hemos puesto al lector en el estado de determinar por mismo los casos en que árnica puede ser útil accidentalmente en las enfermedades de que hemos hablado; ya puede apreciar las ventajas de su uso en los dolores violentos que siguen al parto y acompañan á la matriz á su contraccion natural; en los accidentes producidos por las maniobras del comadron y la introduccion de varios cuerpos en las aberturas naturales; en la irritabilidad que se manifiesta en los tejidos distendidos por una coleccion serosa, ó cuando se estrae rápidamente el líquido derramado; en la irritabilidad, en fin, de la fibra por un trabajo corporal violento.....

Voy á reasumir en pocas palabras todo lo expuesto sobre la moralidad, sobre la tan cacareada moralidad del pueblo parisiense: Tal vez me hago insufrible á mis lectores; pero esto es una operacion de cirujía, y todos tenemos la obligacion de ser pacientes hasta donde podamos aguantar. Cuando, él lector no pueda más, tiene el recurso de quemar mi libro.

Ahora bien; léase con atención el último libro del señor Cané y se encontrará confirmada la exactitud de esa pintura en muchos y repetidos pasajes. Y casi me atrevería a asegurar que es justamente en los pasajes en que el autor se ha abandonado con más naturalidad a esa tendencia, que el lector con más justicia se complace.

Y si á dicho contraste se añade el que formaba todo el don Silvestre con su equipaje, al que desaliñaba más y más metiendo los dedos de sus manos entre el pescuezo y la corbata que le molestaba, hasta dejar ésta debajo del cuello de la camisa, dígame el lector qué le pasaría al pobre hombre cuando en semejante arreo se echó á la calle, sin escuchar los consejos del amigote ni las protestas del elegante guía que, sin el miedo de perder su destino, se hubiera negado á acompañarle.

Y en este tono todo lo demás inherente a la vida doméstica y social de esta respetabilísima familia. Amigo lector, me cargan las digresiones; pero hay casos en que no puede prescindirse de ellas, y éste es uno de esos casos.

Nada diré del temple del arma que eligieron para tan ruda batalla. El lector va a conocerle, y dirá de él lo que mejor le parezca. Yo, mero historiador, a los hechos me atengo, y ésos voy a referirle.

Imagine ahora el lector el afán, el asombro, las palpitaciones de gozo y el raro deleite con que leería Poldy la carta, que también venía en rollo y que estaba concebida en estos términos: VIII «Me repugna y hallo difícil escribir cartas dando tratamiento a quien las dirijo, y así, adopto la antigua costumbre de los orientales.

Como suelen decir, esto se hace sin gana, y si ya desde hoy no nos soltamos a encomiarlo todo de una vez, es porque somos como cierto sujeto de Ubeda, cuyo caso no he de callar por vida mía, mas que en cuentos y relatos me llame el lector pesado.