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Nos proveemos de dos billetes de interior, ocupamos nuestros asientos, la hora se acerca, los viajeros se dan prisa, la bocina del conductor da la señal, muévese el carruaje y los Campos Elíseos quedan á la derecha. He dicho carruaje, y en verdad que no es este el nombre que más le cuadra. El ómnibus que nos conduce es una lancha cañonera, y una tribu que anda dentro de una casa de palo.

Los marineros, que habian ido hoy á tierra en la lancha, hallaron en el campo un letrero con estos caracteres: I. O. HN. WOOD, que será el nombre de algun inglés ú holandés que haya estado en esta bahia.

La lancha se alejó: yo seguí viendo aquella gran masa informe, aunque sospecho que era mi fantasía, no mis ojos, la que miraba el Trinidad en la obscuridad de la noche, y hasta creí distinguir en el negro cielo un gran brazo que descendía hasta la superficie de las aguas. Fue sin duda la imagen de mis pensamientos reproducida por los sentidos. La lancha se dirigió... ¿a dónde?

Al anochecer, llegaron los de tierra al navio, y poco despues los de la lancha. El sábado 8 de Enero, salió á las nueve el Padre Cardiel, con la misma comitiva, á registrar la tierra por la parte opuesta, que es la del sur de este Puerto Deseado; y casi á la propia hora, los mismos de la lancha del dia antecedente, con bastimentos para cuatro dias, por registrar y demarcar todo este puerto.

Zurbelcha, envuelto en el sudeste, encorvado hacia adelante, llevaba el remo que hacía de timón, era el práctico que conocía mejor la costa y los arrecifes. Un movimiento a destiempo, y la lancha se estrellaría entre las rocas. Zurbelcha tenía los nervios de acero, y una precisión de algo matemático.

El martes 22, á las 4 de la mañana, se embarcaron en la lancha el Padre Mathias Strobl, el Padre Joseph Quiroga, el piloto D. Diego Varela y el alferez D. Salvador Martinez Olmo, y salieron á la primera ensenada de la bahia, y saltando en tierra, caminaron hácia el norte á reconocer la laguna, que habian descubierto los dias antecedentes.

A las doce y media del dia desembocaron, y metieron á bordo la lancha; y desde aquí fueron costeando la isla de los Reyes hasta las seis de la tarde, que estuvieron este-oeste con ella, y teniendo ya el viento por el sud-este, navegaron al sur sud-este.

Sin calmarse un momento la agitación de la gente de tierra, los marineros que aun quedaban en ella fueron poco á poco pasando á la lancha: el último entró el Tuerto, después de haber dado un estrecho abrazo á su padre y á su vecino, que le acompañaron hasta la orilla. Nada quedaba de común, sino el corazón, entre los embarcados y la gente de tierra.

El dolor tiene su fascinación como el placer, y las lágrimas seducen lo mismo que las sonrisas. Tomé, pues, el sombrero, y me largué al Muelle. Una apiñada multitud de gente de pueblo se revolvía, gritaba, lloraba é invadía la última rampa, á cuyo extremo estaba atracada una lancha.

Martes 18 de Enero, acabaron de correr dicha ensenada, y á las seis de la mañana descubrieron una entrada, que creyeron fuese la boca de algun rio: yendo hácia allá, advirtieron que la dicha entrada estaba llena de bajos en que reventaban las olas, y por hallarse en solo cinco brazas de agua, dieron fondo con una ancla, y salió el primer piloto D. Diego Varela en la lancha á sondar, para poder sacar el navio á franquía: y hecha seña, se levaron, siguiendo la costa en demanda del rio de Gallegos que esperaban hallar mas al sur.