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Jacinta no podía considerar de otro modo el hecho del abandono, aunque este significara el triunfo del amor legítimo sobre el criminal, y del matrimonio sobre el amancebamiento... No podían entretenerse más en ociosas habladurías, porque pensaban irse a Cádiz aquella tarde y era preciso disponer el equipaje y comprar algunas chucherías.

Vio Jacinta, salteados por aquellos fantásticos muros, carteles de publicaciones ilustradas, de librillos de papel de fumar y cartones de almanaques americanos que ya no tenían hojas. Eran años muertos.

¡Ah, tuno! exclamó Jacinta con ira cómica, aunque no enteramente cómica . Agradece que estamos en la calle, que si no, ahora mismo te daba un par de repelones y de cada manotada me traía un mechón de pelo... Con que casarte... ¡y me lo dices a !... ¡a !

Enjabonáronle y restregáronle sin miramiento alguno, haciendo tanto caso de sus berridos como si fueran expresiones de alegría. Sólo Jacinta, más piadosa, agitaba el agua queriendo hacerle creer que aquello era muy divertido. Sacado al fin de aquel suplicio y bien envuelto en una sábana de baño, Jacinta le estrechó contra su seno diciéndole que ahora que estaba guapo.

La irritada esposa creyó más del caso decir: «Te aborreceré, ya te estoy aborreciendo». Santa Cruz, que estaba de buenas, repitió con buena sombra otra frase de las comedias: «Ahora lo comprendo todo. Pero la verdad, chica, es que no comprendo nada». Turbada en sus propósitos de pelea por el buen genio y los cariñosos modos que el pérfido traía aquella noche, Jacinta rompió a llorar como un niño.

Jacinta oyó y vio esto con melancolía. «¡Si supiera usted lo que hizo esta mañanadijo; y contó el lance del arroz con leche. ¡Ay, Dios mío, qué gracioso!... Es para comérselo... Yo, te digo la verdad, le traería a casa si no fuera porque a Baldomero y a Juan no les gustan estos tapujos... ¡Ay!, de veras te lo digo.

La verdad, te precipitaste; y en cuanto al parecido... Hablando con franqueza, hija; no se parece nada, pero nada». Era lo que le quedaba por oír a Jacinta. «Pero usted... ¡por la Virgen santísima! también... atreviose a decir cuando el espanto se lo permitió , también usted creyó...».

¡Y a mucha honra, y a mucha honra!... ¡re-hostia! gritó fuera de el chalán, levantándose encolerizado . ¡Vaya con las tías estas...! Jacinta daba diente con diente. Rafaela quiso salir a llamar; pero su propio temor le había paralizado las piernas.

Hasta que ciertas tenacidades de carácter que en la niñez eran un defecto, agradábanle cuando Jacinta fue mujer porque no es bueno que las hembras sean todas miel, y conviene que guarden una reserva de energía para ciertas ocasiones difíciles. La noticia del matrimonio de Juanito cayó en la familia Arnaiz como una bomba que revienta y esparce, no desastres y muertes, sino esperanza y dichas.

Su bondad le oscurece la razón, como a ti, porque sois tan buenas que a veces, créelo, es preciso ataros. No, no te rías; a las personas que son muy buenas, muy buenas, llega un momento en que no hay más remedio que atarlas. Jacinta le sonreía con tristeza, y su marido le hizo muchas caricias, afanándose por tranquilizarla. Tanto le rogó que se acostara, que al fin accedió a ello.