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Una sonrisa de inefable deleite se diría que aún vagaba sobre sus labios. Por ellos, sin duda, había volado el alma envuelta en un suspiro de amor, y orgullosa de haber sabido inspirar cariño bastante para producir aquel abrazo. ¡Qué mujer verdaderamente enamorada no envidiará la suerte de esta Reina! El Rey probó el mucho cariño que le tenía, no sólo en vida de ella, sino después de su muerte.

Ana a veces, no pudiendo elevar su atención a las cosas invisibles, a la contemplación piadosa, procuraba preparar este viaje místico pensando en el Magistral. «¡Oh, qué grande hombre! ¡Y qué bien penetraba en el espíritu, y qué bien hablaba de lo que parece inefable, de los subterráneos de las intenciones, de las delicadezas del sentimiento! ¡Y cuánto le debía ella! ¿Por qué tanto interés si aquella pecadora no lo merecía?». Las lágrimas se agolpaban a los ojos de Ana.

Tenía el corazón henchido de suaves sentimientos; una ternura inefable invadía su alma, y se dijo: ¿Por qué no he de querer yo a esta niña también? ¿Por qué no he de decírselo? Agitado por este deseo súbito, se levantó de la silla y entró en casa con la esperanza de encontrar a Maximina y expresarle lo que en aquel momento sentía.

Desterrado de Baviera como un miserable faccioso, proscrito y fugitivo, errante por espacio de dos años desde las riberas del Danubio a las montañas de Escocia, me lo habían robado todo, la patria y el honor. ¡Pero me quedaba Eulalia! y este recuerdo inefable encantaba mi miseria y acompañaba mi soledad. Yo era dichoso por el porvenir y por ella.

Le decía, sin voz, en secreto de inefable gracia: ¿Por qué has dado tantos gritos malos, alma de Julio?... ¿Por qué has dicho tantos pecados y tantas palabras feas?... ¿Por qué te has asomado a mirarme con odio, y por qué me has amenazado y me has perseguido?... ¿Por qué, di, maltrataste a mi Niño Jesús aquella noche?...

Dos hilos de lágrimas que iban a perderse en sus blancas patillas brotaban de los ojos de Diógenes; con una leve señal llamó a la marquesa, y díjole al oído con sencilla expresión de gozo inefable: Dice el padre Mateu... que Dios me ha perdonado...

Para aquéllos que viviendo tristemente alejados del beneficio inefable de la fe, nos refugiamos, en las horas amargas, en el seno de ese sentimiento vago de religiosidad, que en todos nosotros duerme o sueña, estas sensaciones profundas toman los caracteres de la oración.

Aquí se lucir pura y serena Tu frente que selló la castidad; Aquí se leen tus albos pensamientos Y la inefable candidez de tu alma, Y una elocuente imágen de la calma En la apacible vida del hogar. Aquí toda tu vida está en compendio Donde dice con cifra misteriosa: Bella argentina, madre cariñosa, Esposa tierna... ¿qué mas quieres, ?

Le parecía que su ser trasmigraba súbito al de un ángel, que en su espíritu se cumplía un misterio inefable y augusto. Le acometían impulsos de reír y llorar al mismo tiempo. Se hallaba en la situación de un desterrado a quien restituyen de repente al seno de su patria y su familia. Necesitaba hacer esfuerzos sobre mismo para no brincar, para no gritar y reír como un oxigenado.

Cantaba un anciano junto a un confesonario, con voz temblorosa, grave y dulce... olvidado de las fatigas del trabajo a que el hambre le obligaba, contra los fueros de la vejez. Cantaba todo el pueblo y el órgano, como un padre, acompañaba el coro y le guiaba por las regiones ideales de inefable tristeza consoladora, de la música.