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Los negros nubarrones huyen rápidos y caen los rayos del sol sobre los campos, haciendo humear las mojadas praderas y brillar como diamantes las gotas de lluvia en los manzanos en flor.

Los agujeros de los terrenos de la orilla se llenan de agua ó bien se hunden por la presión de la corriente; los animales que huyen á la ventura se ahogan ó son devorados por las aves de rapiña ó las fieras del bosque; los cultivos del hombre son devastados ó cubiertos de cieno.

Los demonios huyen, y el Hombre exclama: Si esto también es dormir, A nunca despertar duerma. El Poder dice entonces: Y pues cuanto vives sueñas, Porque al fin la vida es sueño, No otra vez tanto bien pierdas, Porque volverás á verte Aún en prisión más estrecha, Si con culpa en el letal Ultimo sueño despiertas.

Muchas veces, en pleno invierno, se aligera el cielo, huyen las nieblas y queda el mar azul, admirable; pero nunca la playa de las Ánimas da una impresión de serenidad, de belleza, como en otoño, después de pasar las tormentas equinocciales.

En un instante se formó ese vacío trágico que se extiende entre los que huyen y los que pegan, viéndose en el suelo gorras abandonadas y el negro bulto de un hombre caído intentando incorporarse sobre las manos, con la frente roja. Las mujeres eran las que menos corrían. Algunas deteníanse con los brazos en jarras, soltando por la boca todas las injurias de su exaltada imaginación.

Veo un animal mayor que los otros manifestó el duque, aplicando con afán uno de sus grandes ojos saltones al agujerito del aparato. Observará usted que delante de él todos los demás huyen dijo el médico. Es cierto. Ese animal se llama el rotífero. Es el tiburón de la gota de agua. Aguarde usted un poco.... Me parece que ahora se oculta detrás de una cosa así como algas....

Allá por un rincón se verán jóvenes flacas y desmelenadas que huyen, con las túnicas rotas, levantando las manos al cielo. Lucía dijo Juan reprimiendo mal las lágrimas, al oído de su prima, siempre absorta : ¡y que esta pobre Ana se nos muera!

Los vientos se echan sobre la torre, como para derribar a la que los desafía, y huyen por el espacio azul, vencidos y despedazados.

Preséntase Roselo y su servidor; el último tropieza y cae, apagándose la luz que lleva; su angustia y su manera ridícula de expresarla, forman el más chocante contraste con lo terrible de la escena, y con la obscuridad del lugar en donde yace. Roselo estrecha en sus brazos á su devuelta esposa, y ambos huyen al castillo del padre de Julia.

A mediodía pudo encontrar un pedazo de pan, un poco de queso y una botella de vino blanco en una taberna inmediata al camino. El dueño estaba en la guerra, la mujer gemía en la cama. La madre, una vieja algo sorda, rodeada de sus nietos, seguía desde la puerta este desfile de fugitivos que duraba tres días. «¿Por qué huyen, señor? dijo al caminante . La guerra sólo interesa á los soldados.