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Siento mucho, sin poderlo remediar, que desaparezca de nuestras montañas el oso, cuyas patas suele clavar orgullosamente el cazador en la puerta del hórreo. Quedará suprimida la raza, pero creo que, con más inteligencia, se hubiera podido domesticar asociándole á nuestras labores. En cambio nadie echará de menos al lobo cuando haya desaparecido completamente de la montaña.

Grande era la afliccion de Doña Juana al ver en tan inminente peligro su vida, pero Dios quiso pudiesen arribar en el puerto de Toorlan, en Inglaterra, despues de haber caminado por término de mas de dos horas, luchando con los embravecidos oleajes que un momento mas los hubiera sumergido en lo profundo de los mares.

Hubiera querido detener a todos los barcos que pasaban a la vista, para preguntarles si no llevaban carta para ella. Se informó si llegarían por la mañana, pues no se sentía con fuerzas para pasar una noche más en la espera y tenía el propósito de dirigirse inmediatamente a la villa Dandolo.

Si la Marquesa le hubiera exigido algo contrario a sus convicciones de artista no hubiese conseguido más que su dimisión. Era su lenguaje. Leía muchos periódicos antes de convertirlos en cucuruchos.

Petra prometió decir todo lo que hubiera. Fingió no recordar siquiera ciertas promesas de otro orden que a don Fermín se le habían escapado en el calor de la improvisación en aquella dichosa mañana del Vivero, de que estaba avergonzado.

Todo lo tenía ella en misma, cual si se hubiera tragado medio mundo.

Oíanse ruidos insensatos, absurdos; nada de seguido, sino truenos discordantes, silbidos tan ásperos como los de las máquinas de vapor, al extremo de tener uno que taparse los oídos. Aturdido de un espectáculo que entorpecía los sentidos, traté de recobrarme: apoyándome en un muro que se internaba y no hubiera consentido que la furiosa me arrastrara, comprendí mejor aquella algarabía.

Si hubiera previsto que estas cartas iban a contrariar a usted tanto, no se las hubiera leído.

Gracias a que era un «vate aplaudido» en la Juventud Católica y tenía ideas muy cristianas; que si no, a la vista de tamaña traición hubiera sido capaz de ahogar su dolor cometiendo la más atroz barrabasada, por ejemplo, dando un adiós patético a la ingrata, y arrojándose después de cabeza en aquel caldero de aceite hirviendo donde volteaban los buñuelos.

Y ella... ella levantó al fin los ojos. Su semblante no mostraba más expresión que la del respeto, la del agradecimiento: era la misma niña de seis años antes, pero hermosa, hermosísima, con un traje de seda, en una habitación amueblada con gusto y confiada y tranquila a mi lado, como si se hubiera tratado de su padre.