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No tardó en caer en penoso letargo, lleno de visiones disparatadas y horribles, sin darse cuenta del tiempo que estuvo en tal disposición. Cuando volvió en , había poca luz en el cuarto.

Preséntase el ángel y manda al mono que indique á Razonte los medios de hacer á Angélica suya; obedécelo el mono, presa de horribles convulsiones, y dice: «Sólo vencerás, si te vuelves loco como Cornágorascayendo muerto después de pronunciar estas palabras.

¡Y bien!, continuó Clementina, ¿no responde usted? ¿Qué le sucede? ¡Parece usted estupefacto! Mauricio lo estaba, en efecto. El exordio lleno de precauciones de Clementina le había hecho inundarse en sudor frío, porque había previsto complicaciones horribles. Pero la exposición de aquellas pretensiones, después de un miedo tal, le parecía de una moderación absoluta.

¡Oh! abuela, no entristezcas el día de mi cumpleaños, te lo suplico. No me digas cosas tan horribles. En primer lugar, vivirás siempre. No, hija mía respondió la abuela con una conmovedora angustia en la mirada, no viviré siempre; no hay que hacerse ilusiones. Soy vieja, me moriré como los demás y, te lo repito, ¡qué será de ti sin parientes, sin familia allegada!...

Yo experimentaba que mi cabeza se deprimia por instantes; sentia que una mano de bronce me aplastaba la frente; ya me creia rodando por aquellas extensas y horribles bóvedas; horribles me parecian á , pues miraba en ellas el vacío lóbrego y misterioso de una sepultura.

He sido un mártir y un loco. Que mi locura, de la que con la ayuda de Dios he sanado, se me cuente como martirio, pues mis extravíos, ¿qué han sido más que la expresión exterior de las horribles agonías de mi alma?

En ninguna parte he visto mendigos tan horribles y repelentes como en Inglaterra; pero es justo hacer una distincion: en Inglaterra el mendigo pide sin hablar, extendiendo la mano, y guarda silencio y se retira cuando no le dan.

Gabriela escribía en la arena, con la contera de la sombrilla, una letra, una letra, que brilló ante mis ojos como si fuera de fuego. Me dolió el corazón como si me le mordiera una víbora. ¡Tuve celos, celos horribles! ¿En quién pensaba la señorita? Aquella letra era la primera de un hombre amado, y ese nombre... ¡no era el mío! ¿Cómo a ? repitió la doncella. ¡Cómo a usted, Gabriela!

¡Cosas horribles! murmuró el almadreñero cada vez más asombrado, pues nunca había visto a la labradora en semejante estado ; ¿pero qué, Catalina?... Hable usted; ¿qué decía? ¡Qué sueños he tenido! ¿Sueños?... Por lo visto, usted quiere reírse de . No.

Falta á esta obra forma íntima, no obstante sus muchas y grandes bellezas; su lenguaje es el del terrorismo revolucionario contra el despotismo de las antiguas leyes dramáticas, anulando el efecto que debiera producir por la acumulación excesiva de horribles catástrofes.