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Con una solicitud y una amabilidad que conmovía profundamente a la madre y a la hija, el joven se proporcionaba el placer de satisfacer los caprichos de la enferma, y sabe Dios si los tenía. Un día era un cesto de dátiles impacientemente deseados y que la anciana devoraba con avidez; otras veces granadas, plátanos o nueces de coco que engañaban apenas la repugnancia de su estómago gastado.

La verdad, te precipitaste; y en cuanto al parecido... Hablando con franqueza, hija; no se parece nada, pero nada». Era lo que le quedaba por oír a Jacinta. «Pero usted... ¡por la Virgen santísima! también... atreviose a decir cuando el espanto se lo permitió , también usted creyó...».

Y las suyas el de Dulcinea del Toboso, querida replicó la Mazacán comenzando a sulfurarse. ¡Ya lo creo que las tiene!... Sobre todo cuando se atraviesa lo que yo me ... ¿Y qué es ello?... La envidia, hija, la envidia. ¿La envidia?... ¿De quién?... Tuya, por ejemplo. La Mazacán saltó a su vez hecha una hiena, porque el tiro fue a dar en el blanco.

Pepet, que se reía de todo, acabó casándose con Marieta, y con esto fueron de la hija de la bruja sus viñas, sus algarrobos, la gran casa de la calle Mayor y las onzas que su madre guardaba en los arcones del estudi. Estaba loco.

Por otra parte, es necesario decirlo, Ricardo siempre había sentido hacia la hija primera de don Mariano cierta admiración y simpatía, que fácilmente se trueca en amor cuando la edad y la ocasión convidan y la frecuencia del trato estimula; con mayor motivo aun cuando ni él ni ella habían estado enamorados nunca.

Había comenzado por una aventura vulgarísima: un encuentro en Biarritz con Judith, una vendedora de amor, de nacionalidad indeterminada, nacida en Francia, pero hija de judíos: una mujer que en plena juventud había corrido medio mundo y conocía casi todos los idiomas europeos. Las relaciones habían ido estrechándose.

Montiño fué á sentarse en la silla que había dejado desocupada su hija. Vamos, Francisco dijo Luisa, viendo que su marido guardaba silencio , ya estamos solos. ¡Es que!... ¡!... ¡yo!... ¡! tartamudeó Montiño, á quien faltó de todo punto el valor. Estaba viendo por completo sin gorguera el cuello blanco y redondito de su mujer. ¿Pero qué es ello? dijo Luisa.

¡, , vamos a perecer..., nos vamos a ahogar! ¡Dios mío, qué muerte tan horrible!... ¡Por qué habré venido yo a la Isla!... ¡Qué dirá mi papá cuando sepa que no tiene hija!... ¡Papá, papá de mi alma!... ¡Pero, niña, si no ocurre absolutamente nada!

Don Andrés se sonrió, halló graciosa y algo disparatada a Juanita al oírla quejarse y lamentarse de aquel modo, y le dijo con dulzura: Pero, hija mía, con todo eso que dices sólo me pruebas que estás quejosa de doña Inés. Quéjate enhorabuena y no me hagas a responsable.

Su mujer y una hija están en el departamento de Lion, su hija es la directora de correos en una cabeza de partido, y viene á Paris con el fin de buscar empleo á otro hijo que tiene, á su Hipólito, antes de morirse, hora que cree cercana.