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Este entró y salió aquel día muchas veces. En fin: que había cuchicheos misteriosos en la casa que nada bueno auguraban. No participé de sus temores. Gracias a esta solemne promesa se tranquilizó, y pudimos gozar de las dos horas que la generosidad de doña Tula nos otorgaba. En la mañana del otro día hice un ensayo general de la lectura poética.

, señor, con usted; porque cuando yo hice esa promesa a Nieves, contaba con el balandro de usted, con la competencia náutica de usted y con la galantería de usted. Conque a ver si se atreve a dejarnos mal ahora con esta señorita y con su señor padre, que no tiene otro afán que el de complacerla.

Hice seña á los mozos del equipaje de que me siguieran, y antes de un minuto estaba hablando con los garçones del hotel. ¿Combien voulez-vous payer? La señora del hotel es gruesa, de alguna edad, y fea. Á me pareció un ángel, ó como dijera un novelista moderno, una vírgen aérea de Rafael ó de Murillo.

Presento el mapa geográfico que V.E. fué servido mandarme ordenase de los terrenos descubiertos, lo que hice por las noticiar adquiridas, y planos que se han elevado de los nuevos puertos descubiertos: por él se conocerá la correspondencia que tienen unos con otros, y la que tiene esta capital con ellos.

Miró fijamente al herido y por fin exclamó con acento que revelaba su profundo regocijo: ¡Bertrán Duguesclín! El mismo que viste y calza, replicó el otro riéndose. Bien hice, á fe mía, en ocultar el rostro allá en Burdeos, pues quien lo ve una vez jamás lo olvida. Yo soy, señor de Morel, y aquí mi mano, que jamás estrechará otras manos inglesas que la vuestra y la de Chandos.

Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales, considerando que a pocos golpes tales el cruel ciego ahorraría de , quise yo ahorrar dél; mas no lo hice tan presto, por hacello más a mi salvo y provecho.

Algunas veces se me había ocurrido el pensamiento de que mi hermana podría hallarse destinada por nuestras desgracias á entrar en alguna familia rica en calidad de preceptora: hice entonces juramento, sea cual fuere el porvenir que nos estuviera reservado, de dividir con Elena la más pobre boardilla, el pan más amargo del trabajo, antes que dejarla sentarse al festín envenenado de esa opulenta y odiosa servidumbre.

Y acostóse en la cama, poniendo por cabecera las calzas y el jubón, y mandóme echar a sus pies, lo cual yo hice; mas ¡maldito el sueño que yo dormí!

Hice mal, muy mal, así lo comprendo, y acaso esta pena que oprime mi corazón es un castigo para . ¡Celos! dirás . Lo que quieras; yo que me duele el alma; que no ceso de llorar, y que tengo que ocultar mis lágrimas. No tengo a quien contar lo que me pasa, y acaso el pobre anciano podría consolarme y aliviar mi pena.

Dia 2. Salí de este parage, y como a las diez de la mañana llegué á la Ciénaga de los Papagayos, distante tres leguas, donde hice alto para esperar el aviso de la partida que anteriormente habia mandado