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Basta la palabra de un hombre de bien... No hay motivo para tanta aflicción ni ese es el camino. Una existencia humilde y sin los desasosiegos de la ambición, puede hacerla a usted dichosa. La señora marquesa me ha autorizado para ofrecer a usted un auxilio siempre que se preste a dar a esta enojosa cuestión un corte rápido y decisivo.

De seguro que estás enfadado; adivino que no vas á volver. No riñas conmigo: Cristina es así, ¿y qué voy yo á hacerla? mismo lo has dicho. La familia... la paz de la casa... Ella es buena y me quiere: pero tiene esas ideas y á las mujeres hay que respetárselas. La verdad es que también has estado fuertecito...

Lo ... no me ha querido nunca; ¿no es verdad? A mi vez tardé en responder. ¿Qué podía decirle de aquel padre que no había tratado de verla en doce años? Protesté, sin embargo, lo mejor que pude. Juro a usted que, al saber la muerte de la señorita de Boivic, la mayor preocupación de su padre de usted ha sido el no poder hacerla feliz.

Ofreciole asiento don Gaspar, cerró las puertas como en comedia, y luego con forzada tranquilidad, pero sin que se le alterase una línea del semblante, sin asomo de ira, pero con el acento de la más aterradora resolución, le habló de esta manera: Usted conoce a mi hija: en ella cifro toda mi dicha; sólo vivo para hacerla feliz.

Su primera salida quiso hacerla á pie: había ido á la corte para enterarse de todo, y lo conseguiría mejor así que encerrado en un carruaje.

Estoy segura de que mi marido, que sólo gusta de ocuparse en cosas serias y enojosas, también es de los que creen próxima la guerra y se preparan para hacerla. ¡Qué disparate! Di conmigo que es un disparate. Necesito que me lo digas. Y tranquilizada por las afirmaciones de su amante, cambió el rumbo de la conversación.

No lo , pues por muy profundamente que escudriñe en mi alma, no encuentro que le haya hecho ningún mal, y sin embargo no puedo hacer callar la voz. Yo me digo: «Es una idea fija.» «Te forjas tormentos, eres un loco, un criminal, un criminal para contigo mismo y para tu hijo.» ¡Pero de nada me sirve todo eso, tío querido! No puedo hacerla callar.

¡La pregunta!... ¡Para cenar!... ¡La vida hay que hacerla a pesar de todo, señor vigilante! Dígame, ¿no es usted aquel hombre que concurría todas las tardes al Ministerio del Interior, y que se iba a curar en la Convalecencia? ¡El mismo, , el mismo!... ¿Y Vd. quien es? ¿No se acuerda de ?... Aquel agente que le dio cinco pesos para que fuera...

Ella sola se llevaba medio tocador, y después, para hacerla entrar en la perfumería, había que importunarla toda una semana. La toilette acabó con poca alegría. Las deficiencias del tocador habían malhumorado a las dos hermanas. Lanzábanse miradas de sorda hostilidad.

Estoy, pues, aquí a solas con mi conciencia para juzgarme y condenarme yo mismo. »Reconozco que he sido injusto y cruel; he herido sin compasión dos corazones puros, generosos y que me aman. He causado un desmayo de pena a mi hija, criatura tan delicada que basta un soplo para hacerla caer al suelo.