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Paciente y tenaz, poco entusiasta, gusta de encerrarse en su individualidad para hacer las cosas con aplomo, lo que no le impide servirse siempre de la asociacion para todo lo que requiere fuerzas colectivas y poderosas, ó una accion beneficente.

A todas nos gusta murmurar: todas murmuramos, y la vida sin murmuración sería aburridísima y tediosa. Quedamos, pues, en que es agradable murmurar. Ahora bien: ¿es conveniente? Yo creo que . No se escandalicen mis lectoras.

¡Ya lo creo! pero así como nuestra economía animal nos exige alimentos que se llaman pucheros, bifes, carbonada, locro ¿te gusta el locro? ¿qué rico es con pedacitos de cordero, eh? bueno, pues lo mismo nuestro ser moral reclama sus alimentos espirituales, que se llaman: resignación, esperanza, jovialidad, ¡risa, ché! ¡risa!... ¡mucha risa! Es muy fácil decirlo. ¡Y hacerlo!

Así me gusta, dijo triunfante el tentador. Y sacando de un cajon un revólver, se lo entregó diciendo: A las diez espéreme frente á la iglesia de S. Sebastian para recibir mis últimas instrucciones. ¡Ah! A las nueve debe usted encontrarse lejos, ¡muy lejos de la calle Anloague! Basilio examinó el arma, la cargó y guardó en el bolsillo interior de su americana. Se despidió con un seco: ¡Hasta luego!

No, hombre, ¿qué me voy a enfadar yo? Suéltela, suéltela. ¡Ay, qué gracia! Me gusta usted por lo corto de genio. Al pan pan y al vino vino. Queriéndome a , verá lo que es corazón amante, consecuente y tropical. Pero le advierto una cosa... ¿Qué?

Anoche soñaba con la ropa nueva dijo Severiana , y ayer, cuando se la puso, no hacía más que mirarse al espejo. Si la tocábamos ¡ay!, nos quería pegar... Lo que ella deseaba era que la señorita la viera tan maja, ¿verdad, rica? No me gusta tanto afán por las composturas.

Si la proposición no le agrada señor Marqués dijo tartajeando, á tampoco me gusta; á pesar de todo, he creído de mi deber indicársela. He aquí otra que tal vez le agradará más, y que de cierto es más aceptable.

Me gusta también que sea religiosa, pues el creer en lo ideal es una gracia en las mujeres, y Dios es, después de todo, la concepción más alta del ideal. Además, la religión es una fuerza y Elena tendrá necesidad de ella... He pensado en un convento; pero, después de la libertad y la dulzura de la vida de familia, el convento es un refugio demasiado austero.

Al sonar la campanilla que anunciaba el regreso de su madre, Huberto se apresuró a salir a su encuentro. Era una señora flaca, alta, fría y pálida. Vestida siempre de negro, aparecía imponente. ¡Y bien! madre, ¿está usted contenta? ¿le gusta a usted la joven? ¿ha sido bien recibida por sus padres?

Pero cuando se le interrogaba sobre una calidad de la impresion, para producir placer ó disgusto, entonces se hallaba en un terreno comun a todas las sensaciones: las ideas de grato y de ingrato, no eran para él cosas nuevas, y por lo mismo sobre ellas podia decir sin vacilar: «esto me gusta mas, aquello no me agrada tanto