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Después se casó y este acontecimiento retardó mucho su vuelta. Pero hacía cuatro meses que estaba en Madrid, donde supo por el registro parroquial que su padre había muerto; de Juan le dieron noticias vagas y contradictorias: unos le dijeron que se había muerto también; otros que reducido a la última miseria, había ido por el mundo cantando y tocando la guitarra.

Martín se ahogaba en aquel antro, y sin tomar el postre, se levantó de la mesa para marcharse. El extranjero le siguió y salieron los dos a la calle. Lloviznaba. En algunas tabernas obscuras, a la luz de un quinqué de petróleo, se veían grupos de soldados. Se oía el rasguear de la guitarra; de cuando en cuando una voz cantaba la jota, en la calle negra y silenciosa.

Por fortuna, aunque muchas veces el negocio se arregla a cuchilladas ó por lo menos á los mas bofetones y golpes, generalmente la tempestad de roncas y baladronadas termina por una reconciliacion en la taberna, jurada sobre la botella entre una nube de humo de tabaco, quizas al son de la guitarra.

La patria de la vid y la verbena, que fía a la guitarra su honda pena, dominadora de la Argel moruna, la que las tierras incas civiliza, hidalgo pueblo, de otros cien nodriza, única madre que meció mi cuna.

Hasta a los gringos de las balleneras se les cae la baba cuando canta usted. Los resuellos chillones del acordeón habrían seguido, junto con los gemidos de la guitarra, si las músicas militares no hubiesen anunciado que la columna, formada ya, se ponía en marcha a lo largo del muelle.

Como Villalonga y yo teníamos dinero largo para juergas y cañas, unos y otros tomaron el gusto a nuestros bolsillos, y pronto llegó un día en que allí no se hacía más que beber, palmotear, tocar la guitarra, venga de ahí, comer magras. Era una orgía continua. En la tienda no se vendía; en ninguna de las dos casas se trabajaba.

Un día, porque se le olvidó el nombre de la hoz, le rompió el mango sobre las costillas. Y hasta la misma guitarra portuguesa con un gran lazo verde que había traído de Córdoba corrió grave peligro de ir al fuego entre las astillas si á tiempo no la esconde en casa del tío Goro, su vecino.

Sus criados, unos mozos que han venido con ella, estirados y serios como lores, van puestos de frac, con grandes bandejas, repartiendo copas a las bailaoras, que, en plena jumera, les tiran de las patillas y les echan huesos de aceituna a los ojos. ¡Unas juergas de lo más honestas y divertidas!... Ahora doña Sol recibe por las mañanas al Lechuzo, un gitano viejo, que da lecciones de guitarra, maestro de los más castizos, y cuando no la encuentran sus visitas con el instrumento en las rodillas, está con una naranja en la mano. ¡Las naranjas que lleva comidas esa criatura desde que llegó! ¡Y aún no se ha hartado!...

Cuando se hacía momentáneamente el silencio en el comedor, oíase cómo se regocijaba fuera la plebe; el rasgueo de la guitarra, el estallido de los cohetes, el cacareo de las mujeres; y algunas veces el estruendo venía de abajo, de la cocina, donde sonaban el vozarrón de Nelet y las corridas medrosas de las criadas, con chillidos de protesta débil. También allí partían huevos.

Verá usted cómo canta ese Ratón Pérez, tía María. Cogió Marisalada rápidamente una hoja de pita, que estaba en el suelo y era de las que servían al hermano Gabriel para poner como biombos contra el viento norte delante de las tomateras cuando empezaban a nacer, y apoyándola en su brazo, a estilo de una guitarra, se puso a remedar de una manera grotesca los ademanes de Ramón Pérez, y con su singular talento de imitación y su modo de cantar y hacer gorgoritos, de esta suerte cantó: ¿Qué tienes, hombre de Dios, Que te vas poniendo flaaaaco? ¡Es porque puse los ojos En un castillo muy aaaalto!