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No son ladrones los que yo quisiera perseguir, sino á ciertos sujetos que hacen el daño sin interés, sólo por capricho ó por fachenda. Pues ve tras ellos y buenas noches, que yo no puedo detenerme dijo Velázquez con voz ya levemente alterada, tratando de alejarse. Pero el mozo se le interpuso nuevamente, diciendo con resolución: Dejémonos de guasa, señor Pedro. ¿Va usted á ver á Mercedes?

Soledad, avergonzada, reía también. Lo que es conmigo no gastarías tanta guasa, arrastrao dijo María-Manuela. ¿No tienes á tu disposición el dinero de la venta? añadió encarándose con Soledad. ¿Pues por qué no mandas por todas las yemas que se te antojen? Eso pregunto yo. ¿Por qué no manda? replicó Velázquez con retintín. Soledad hizo un gesto de impaciencia indicando á María-Manuela que callase.

Por esto y porque en sus manos no brillaba arma alguna, me tranquilicé relativamente. Bajé el bastón, y procurando dar á mis palabras acento de autoridad, les dije: ¡Vaya, vaya; poca guasa! Á ver si me dejáis paso. Tales fueron las voces que salieron del grupo en contestación á mi requisitoria. Al mismo tiempo avanzaron más hacia .

Poco después, como tratase de despedirme de él para unirme de nuevo a las monjas, me retuvo por el brazo. ¡Vamos, hombre, no haga usted más el oso! dijo riendo. ¿No le parece a usted que basta ya de guasa? ¿Cómo guasa? exclamé confuso. No contestó y seguimos paseando. Al cabo de unos momentos, la vergüenza que se había apoderado de , hizo lugar a la cólera.

Por aquel camino no podía asomar ningun discurso que valga la pena. No tome usted á guasa las cosas, exclamó; se trata de cosas muy serias. ¡Líbreme Dios de guasearme cuando hay frailes de por medio! Pero, ¿y en qué pueden basarse...?

Pues aunque lo diga usted de guasa, de guasa, es la pura verdad... y Perico bajaba traidoramente la voz . Vale usted por diez suecas... y en tono más alto añadió si Juanito Albares no hiciese tanta majadería, maldito si nadie se acordaba, se acordaba de ella....

Atiende, María, mira que pedazo grande te has olvidado debajo de aquella silla. ¡Anda, anda! que si yo no hubiera reparado, ¡qué cataclismo! ¿verdad ? Vamos, Antonio, déjate de guasa y hazme el favor de recoger esos cristalillos que están á tu vera. Desprécialos, mujer: ya te llevas en el delantal los trabajos gordos... ¡Qué importa por esos disgustillos!

Ningún efecto le hacían. Seguía atento, imperturbable, sin mirar a los lados, y eso que observé con cólera que sus vecinos reían cada vez que lanzaba el «¡OléNo pude saber entonces, ni a estas horas aun, si aquel individuo me admiraba sinceramente o era todo guasa viva, por más que me inclino a lo segundo.

Dejémonos de guasa, Gabino... ¿Te importa algo? que me importa, porque soy su novio. Pues hazte cuenta que para no eres na dijo Velázquez con acento agresivo. No basta que usted lo diga; á todo el mundo le consta y á usted también. Por consiguiente, no es portarse como hombre regular ni decente rondar á las mocitas que están comprometidas. ¡Ea, basta ya de rodeos! exclamó el guapo.

Al cabo de un momento repitió maquinalmente, como si no diese importancia á lo que decía: Has perdido poco. El ganado regular, pero los chicos no por qué no duermen esta noche en la cárcel... ¡Qué guasa, hija! ¡qué guasa! La tabernera tampoco despegó los labios. Su rostro estaba sombrío, amenazador. Velázquez se levantó al cabo de la silla y se dirigió hacia ella con sonrisa petulante.