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A los dos días de esto, llegó al pueblo una pareja de la guardia civil y una requisitoria del juez del partido preguntando por él.

Por lo que se refiere á reformas y modificaciones en el ejército regular propiamente dicho, sabemos también que el General en Jefe tiene algunas en cartera, tales como el aumento de la Guardia Rural y la creación de un cuerpo de dragones, soldados instruídos y armados para combatir indistintamente á pié y á caballo, y que, útiles en todas partes, resultan indispensables, ó poco menos, en países como el nuestro, donde la movilidad es, en la mayor parte de los casos, el auxiliar más poderoso de la victoria.

La guarda es tomada; la ampolleta muele, buen viaje haremos, si Dios quiere. Cuando acababa de pasar la arena de la ampolleta, o sea cada media hora, uno de los pajes debía gritar, para que lo oyesen los marineros: Buena es la que va, mejor es la que viene; una es pasada y en dos muele, más molerá si Dios quiere. Cuenta y pasa que buen viaje faza. ¡Ah de proa; alerta, buena guardia!

D. Bernardo le trataba con afectado desdén, no concediendo importancia alguna a sus triunfos universitarios; parecía decirle con el gesto, ya que no con la palabra: «Apesar de esas notas y esos estudios filosóficos, nunca serás un hombre respetableSin embargo, en este desdén mezclábase un poquito de miedo, el miedo que profesan generalmente los hombres sin ingenio a los que lo tienen: estaba siempre en guardia, temiendo que Miguel le hiriese con alguna de sus salidas habituales, y para evitarlo se mostraba con él más serio y más reservado que con los demás.

A las cuatro de la mañana marchamos, hasta las cuatro de la tarde que llegamos á la Guardia de la Frontera de Lujan, habiendo caminado 10 leguas por el ENE. Toda nuestra marcha fué por el camino de Salinas, cuyo terreno es llano con algunas lomaditas, los pastos regulares.

Así era, en efecto: tan penetrada estaba esta de su superioridad que ni por un momento dudó de ser elegida, y pareciéndole que tras del baile había de venir la presidencia, de manera tan lógica y fatal como tras de la noche viene el día, había ya comunicado varias órdenes al tío Frasquito, gran maestre de los micos de su guardia, y confiado a María Valdivieso aquella misma tarde, en el camino, varios de los mil regocijos caritativos que a beneficio de los heridos del Norte proyectaba, y sobre todo, una kermesse famosísima que había de producir millones y millones.

Cerca de la plaza Nueva ocurrió el deseado encuentro: ¡Viva la guardia civil! ¡Vivan las personas decentes!... Era Luis Dupont el que gritaba, en medio del silencio que imponían a la ciudad tantos fusiles en sus calles. Iba borracho: bien a las claras lo daban a entender sus ojos brillantes y su aliento fétido.

He tomado las cartas, pero ni las he contestado, ni las he creído. ¿Y estás segura de que esa no es la letra de don Rodrigo? Segurísima; como que la primera carta que me dió, se la vi escribir en la sala de las Meninas un día que estaba de guardia. Bien, no importa dijo la reina.

Testigos presenciales de las vicisitudes y los incidentes de la penosa campaña que acaban de librar nuestras tropas en Oriente, hemos tenido oportunidad de admirar en muchas ocasiones la increible resistencia de los soberbios corceles del Tercio Táctico, de la Guardia Rural, que una vez aclimatados resisten admirablemente la temperatura tropical y son capaces de realizar jornadas increibles, lo mismo por la sierra que por el llano, sin experimentar el más leve quebranto.

No tener derecho a entrar en el ayuntamiento. Pasar cerca de un guardia municipal, y no poder decirle: «Juan, ve a la fuente de la Rabila y no consientas que las criadas frieguen allí las herradasVer un picapedrero trabajando en la calle y no tener facultades para ordenarle que calque más o menos las piedras, que suba o baje la rasante. Sentía frío intenso a los pies.