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Allá en su conciencia, con todo secreto, se declaraba a propio nuestro don Braulio que, de ser mujer, estaría él muy a punto de enamorarse de un guapo mozo que tuviese dichas habilidades.

El simpático doctor, sentado enfrente del conde, formaba con él un contraste singular. El señor Le Bris era lo que se llama un muchacho guapo. Quizá le faltaban un centímetro o dos para llegar a una estatura regular, pero era bien proporcionado. No tenía cara de tonto ni mucho menos, pero no si su nariz era del todo correcta.

Pero si quieres empezar, puedes hacerlo... Isabel no contestó. Siguió riendo de un modo insolente. Al cabo dijo con calma provocativa: La verdad es, querido, que se te caen los calzones de hombre de bien. El rostro del guapo se enrojeció, alzóse airado de la silla y se abalanzó á la insolente, diciendo: Oye , niña guasona, ¿quieres probar cómo saben las bofetadas de este hombre de bien?

Tremendo es uno de ellos por su obstinación y ferocidad. Es su nombre Currito el Guapo, y es hermano de la estanquera, mujer también de notable mérito, muy joven aún y famosa por su hermosura y gallardía. Currito, tan celoso de su honra como los galanes de Calderón en las comedias de capa y espada, no consiente que nadie requiebre a la estanquera si no viene con la buena fin.

«¿Marcharse él?... No había guapo que le hiciera abandonar lo que era suyo, lo que estaba regado con su sudor y había de dar el pan á su familia.

Si se ve clarito... y viene lindo, no más, el zaino. ¿No decía usted que es un mancarrón? Mancarrón, no, don Lorenzo... Como caballo es guapo; pero hay miles mejores... de más vista... y de más lindo andar. ¿Y por qué lo ha elegido Melchor? ¡Ahí tiene!... ¡vaya uno a saber! Para él no hay otro igual... bueno, que lo conoce. ¿

Era alta y esbelta; vestía de blanco, y me pareció de singular hermosura. La enferma secó sus lágrimas. Siempre fué adusta y severa; jamás lisonjeaba, nunca tenía una frase dulce y afable. La enfermedad había quebrantado aquel carácter entero, férreo, como de una pieza. Ahora tenía ternuras y delicadezas que conmovían profundamente. ¡Vamos, ya te veo a mi gusto! ¡Jesús! ¡Qué guapo que estás!

Currito el Guapo, su más aventajado oficial, hábil como nadie en remendar y zurzir cueros y sobre todo en poner botanas, se había despedido de casa de la maestra, y se había lanzado en la vida heroica del jaque, buscando aventuras y aterrando a toda la gente pacífica de la población.

Serafina dejaba con pena el pueblo, en que había llegado casi a olvidar que era una actriz y una aventurera, para creerse una dama honrada que tenía buenas relaciones con la mejor sociedad de una capital de provincia, y un amante fiel, dulce, manso y guapo.

Varias le saludaron llamándole por su nombre, porque era hombre popular y conocido en todas las clases sociales. «Adiós, Velázquez. Adiós, guapo. Adiós, eleganteRespondía y apretaba el paso, porque no le pedía el cuerpo conversación. Sin embargo, en la calle de la Amargura, de un grupo de mujeres disfrazadas de gitanas se destacó una que logró abordarle.