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Primeramente es un gran mozo, no por la talla, que no pasa de la regular, ni por lo aparatoso ni relumbrante, sino por lo varonil y lo que puede llamarse bien hecho de pies a cabeza; guapo, muy guapo, de hermosos ojos, preciosa barba, pelo abundante, cutis algo tomado por el sol y el aire, pero jugoso... de hombre sano... en fin, un hombre, lo que se llama un hombre en toda regla.

El carácter de aquél, resuelto y desdeñoso, sus famosos devaneos, la esplendidez que se le atribuía, y más que todo las aficiones populares de la joven, hicieron que presto diera oídos á los requiebros y á las palabras atrevidas que el guapo dejó caer en su oído siempre que la ocasión se ofrecía.

En un extremo de la sala principal hay algo como oratorio, donde resplandece un niño Jesús de talla, blanco y rubio, con ojos azules y bastante guapo. Su vestido es de raso blanco, con manto azul, lleno de estrellitas de oro, y todo él está cubierto de dijes y de joyas.

Pero ya vamos bien; ¿no es eso? Y pronto estará muy guapo y muy alegre.... El niño contestó con una sonrisa, dejándome admirar la hermosura de sus ojos negros, muy brillantes y expresivos. Mientras Gabriela me servía, observé al chico. Era corcovado y tenía color de cadáver. Causóme dolorosa impresión la figura de aquel pobre niño enfermizo y lisiado.

, señor; y, en fin, cuando uno no sabe su relación se dice cualquier tontería, y el público se la ríe. ¡Es tan guapo el público! ¡si usted viera! Ya ¡ya! Vez hay que en una comedia en verso se añade un párrafo en prosa: pues ni se enfada, ni menos lo nota. Así es que no hay nada más común que añadir... ¡Ya se ve, que hacen muy bien!

Ella le miró también alguna vez a hurtadillas, advirtiendo que el muchacho, no sólo no tenía mala figura, sino que era lo que se llama un hombre guapo. Su fisonomía acusaba inteligencia, sus ojos lealtad; es decir, reunía los dos rasgos principales de la hermosura masculina.

Ni esa niña puede tampoco estar al lado de un chico tan guapo y tan risueño como sin ponerse enferma también dijo Rafael Alcántara. ¿Me quieres seducir, Rafael? , chico, para que me dejes mañana la llave de tu cuarto y no parezcas en toda la tarde por allá. Lo necesito. Es que tengo una colcha preciosa de raso. Se cuidará de la colcha.

¡Hola! exclamó el clérigo con sonrisa feroz, parece que ya no cantas, tan alto... ¿Qué tiene el gallo que no canta? ¿Qué tiene el gallo que no canta, guapito? Don Benigno avanzó un paso, y Sinforoso retrocedió otro. La reserva de don Segis avanzó también para conservar la distancia estratégica. ¡Tranquilícese usted, don Benigno! gritó Sinforoso con terror. ¡Si estoy muy tranquilo, guapo!

Mas antes la harían pedazos que dejase traslucir semejantes afectos, y cuanto más guapo, más esclavo quería al mísero escribiente de D. Diego, más humillado cuanto más airoso en su humillación.

Me sonrojé, pero no quise interrumpir a mi tía. No te rías así; mira que tu risa la siento aquí, en el corazón. No te rías; ya lo que me vas a contestar; no hables, te lo diré yo. Vas a decirme que eres pobre, y que aunque descendieras de un rey, aunque fueras un sabio, y el primero por lo guapo y buen mozo, de nada te serviría todo esto, de nada, si no tenías dinero.... ¡Eso, tía!