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Y yo dije entre : "Y yo con mis dientes, aunque no son de acero, un pan de cuatro libras." Tornóla a meter y ciñósela, y un sartal de cuentas gruesas del talabarte.

Pasa un perro rojo con las gruesas orejas cercenadas, y luego otro perro blanco, y luego otro perro a planchas blancas y negras, y luego otro perro negro el que he visto en el patio de la posada , esbelto y fino.

No se cansaba de admirar las gruesas y pequeñas puertas, que daban, al parecer, sobre el infierno, y nada para él igualaba la destreza del obrero que soplaba botellas por la extremidad de una caña larga, o moldeaba con hábil ademán el cristal en fusión.

En las orejas, unas gruesas arracadas de oro, en forma de tubos de órgano, que caen hasta la mitad de la mejilla. Los vestidos de larga cola y cortos por delante, dejando ver los pies... siempre desnudos.

Conservaba la misma gravedad con que acompañaba las bromas a que era aficionado y las palabras gruesas que matizaban su conversación, pero decía con voz algo trémula: Tu abuela era una gran señora, un alma de ángel, una artista. Yo parecía un bárbaro a su lado... Era de nuestra familia, pero vino de Méjico para casarse conmigo.

Era una hacienda de torero habituado a la generosidad, a ganar gruesas cantidades, sin conocer las restricciones de la economía. Sus viajes durante una parte del año y aquella desgracia, que había traído a su casa el aturdimiento y el desorden, hacían que los negocios no marchasen bien.

Todo esto brota y sale de sus labios sin interrupción, mientras sus gruesas cejas negras no hacen más que subir y bajar, y sus ojos brillan como brasas. «¡Esta es la juventudpensé, ahogando un suspiro; «¡ah! si pudiese yo, aunque sólo fuera por veinticuatro horas, tener sus ojos... y todo lo demásLe digo: ¿Y no me pides noticias de mi novia?

En un rasgo de verdadero orgullo hacia Pitogo y después de haberme hecho notar con infantil insistencia, los faroles de colores, los abullonados coquillos, las sayas de las dalagas, los exiguos instrumentos de la orquesta, y las gruesas y amarillas cuentas de un collar de ámbar, que descansaba en su amplio pecho, me preguntó con una alegre sonrisa si en España había bailes mejores que aquel.

Y Febrer, sonriendo a impulsos del grato recuerdo, contemplaba su frente abombada, que parecía oprimir con su pesadumbre los ojos imperiosos, pequeños e irónicos, sombreados por gruesas cejas.

No se puede entrar nada en los edificios, sin autorización. La traemos, dijo el vigilante sacando un papel del bolsillo. El marinero entró detrás de Tragomer en la barraca, donde sentados en el suelo y con la espalda contra la pared, unos presidiarios estaban trabajando en gruesas y duras maromas embreadas.