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Nótese que la España no tenía otra ciudad comerciante en el Atlántico. La guerra con los ingleses aceleró el movimiento de los ánimos hacia la emancipación y despertó el sentimiento de la propia importancia. Buenos Aires es un niño que vence a un gigante, se infatúa, se cree un héroe y se aventura a cosas mayores.

¿Qué va á pasar ahora? continuó diciendo el asustado profesor. Los murmuradores le habían dado á entender que el Padre de los Maestros sospechaba si este intruso ayudado por el gigante sería Ra-Ra.

Jaime venía a pescar todos los días de calma en un estrecho canal, entre la isla y el Vedrá. Era en los días buenos un río de agua azul, con peñascos submarinos que asomaban sobre la superficie sus cabezas negras. El gigante se dejaba abordar, sin perder por eso su aspecto imponente, duro y hostil.

Esto le hizo creer que estaba protestando de la ceremonia presente, de que el pobre gigante hubiese sido conducido á la capital; en una palabra, de todo lo hecho por el Consejo Ejecutivo y de cuanto pensase hacer. Pero las observaciones del profesor fueron interrumpidas repentinamente por el principio de la ceremonia.

Además, los movimientos de sus brazos indicaban un afán de ser levantado hasta el rostro del gigante para poder hablarle con toda confianza. Gillespie lo colocó sobre la palma de su diestra y lo fué elevando hasta cerca de sus ojos.

Aquella lágrima es la carta que dirige al sér por quien sueña, desde los salados desiertos del Océano, ora envuelto en la inamovilidad de la calma, ora en medio de la terrible lucha de gigante que continuamente tiene que sostener con las embravecidas olas que mugen á sus pies, y con las compactas nubes que ruedan sobre su cabeza.

Solamente puede soñar con la conquista del poder quien posea las armas, y mientras los «rayos negros» hagan su trabajo destructor, nuestros antiguos déspotas no llegarán á conseguir que renazca el pasado. El más grande de los asombros de Gillespie Siempre que el doctor Flimnap se presentaba con algún retraso en el alojamiento del gigante, creía necesario explicar el motivo de su tardanza.

Quilito andaba por allí, como alma en pena, más amarillo y descompuesto que su primo. Testigo de la escena entre Jacinto y Rocchio, vió venir al gigante y huyó, pues lo menos que él deseaba era dar de bruces con su enemigo y sufrir el vapuleo que acababa de ganarse Jacintito.

El profesor dijo las últimas palabras mostrando una timidez de muchacha, lo que dió á su respetable persona cierto aspecto grotesco. Pero tuvo que abandonar pronto esta actitud para ocuparse de un asunto más importante que motivaba su visita matinal. Si lo había olvidado al principio, era á causa de la emoción que sentía siempre al hablar á solas con el gigante.

Los cronistas de la Edad Media hablaban también del pulpo gigante, que en más de una ocasión había arrebatado á hombres, de las cubiertas de las naos, con sus brazos de serpiente. Los navegantes escandinavos, que lo habían entrevisto en sus fiords, le apodaban el kraken, exagerando sus proporciones hasta convertirlo en un ser fabuloso.