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Cuando el toro, recobrando su agresiva fiereza, bajó las astas, el torero rodó hacia las patas, poniéndose de este modo fuera de su alcance, y el animal pasó sobre él, buscando vanamente en su feroz ceguera el bulto al que acometía. Se levantó Gallardo, limpiándose el polvo, y el público, amante de las temeridades, le aplaudió con el entusiasmo de otros tiempos. No sólo celebraba su audacia.

»Demasiada cosa sería decir yo agora la mucha hermosura, la gentileza, el gallardo y rico adorno con que mi querida Zoraida se mostró a mis ojos: sólo diré que más perlas pendían de su hermosísimo cuello, orejas y cabellos, que cabellos tenía en la cabeza.

Entonces se yergue gallardo como un león; alza la cabeza; pone las dos patas delanteras en el aire; las observa atento; se vuelve rápido cuando ellas se vuelven... La Naturaleza es maravillosa; estos saltadores diriase que son felinos diminutos. Ron es audaz y feroz. Azorín ha soltado en la caja un moscardón fuerte y voluminoso.

Cuando salió Gallardo al patio, con la montera puesta y la capa al hombro, la madre le echó los brazos al cuello derramando lágrimas.

Varias veces golpeó Gallardo el suelo con un pie para incitar a la bestia, y ésta, por fin, acometió blandamente, pasando apenas bajo la muleta, pues el torero se apresuró a apartarse con visible precipitación. Muchos se miraron en los tendidos. ¿Qué era aquello?... El espada vio a su lado al Nacional y algunos pasos más allá a otro peón de la cuadrilla, pero no gritó «¡Fuera too er mundo

La última corrida en Madrid había acabado de descorazonar a don José. No; Gallardo no era como otros espadas que siguen adelante al través de las silbas del público, dándose por satisfechos con ganar dinero. Su matador tenía vergüenza torera, y sólo podía mostrarse en el redondel para ser acogido con grandes entusiasmos. Quedar medianamente equivalía a una derrota.

El champaña acabó de trastornar a Gallardo, y cuando se levantó de la mesa dio el brazo a la dama, asustándose de su propia audacia. ¿No se hacía así en el gran mundo?... El no era tan ignorante como parecía a primera vista. En el salón donde les sirvieron el café vio el espada una guitarra, la misma, sin duda, con que daba sus lecciones el maestro Lechuzo.

No pudo el gallardo joven escoger mejor sus palabras para catequizar a la tía Eugenia.

Y Apeles y Pérsida tienen una hija casadera, llamada Trifena, la cual está enamorada y quiere casarse con un gallardo joven que sigue la religión pagana. Reina Constantino y el cristianismo está triunfante. Apeles es siempre gentil, pero Pérsida es fervorosa cristiana.

Reían al verle trémulo sobre sus patas, agitando los flancos como los costados de un fuelle, mugiendo con chillón alarido de dolor, los ojos enrojecidos, y arrastrando su lengua por la arena, ávido de una sensación de frescura. Gallardo aguardaba apoyado en la barrera, cerca de la presidencia, la señal para matar. Garabato tenía sobre el borde de la valla el estoque y la muleta preparados.