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Poco a poco se fue aficionando a la tertulia que por las noches se formaba en torno de su esposo, comenzó a interesarse en las conversaciones de política local y a intervenir en ella más o menos directamente. D. Pedro era el arbitro de la provincia mientras se hallaba en el poder el partido moderado.

De repente noté que el arco de entrada era más ancho que el puente y formaba un obscuro ángulo, en el que me oculté apresuradamente. Desde allí dominaba aquella vía de comunicación entre el antiguo castillo y la construcción moderna. Entonces resonó otro grito agudo.

Me volví con alguna mayor curiosidad a mirar a aquel hombre, y confieso que me causó repugnancia. Sin ser un monstruo por lo feo, éralo bastante, y sobre todo, formaba contraste notable con la rubia que se cernía sobre mi cabeza. Estaba pobremente vestido, de capa y gorra, como los artesanos de Madrid, y debía de hallarse entre los cincuenta o sesenta años de edad.

Estaba Ana sola en el comedor. Sobre la mesa quedaban la cafetera de estaño, la taza y la copa en que había tomado café y anís don Víctor, que ya estaba en el Casino jugando al ajedrez. Sobre el platillo de la taza yacía medio puro apagado, cuya ceniza formaba repugnante amasijo impregnado del café frío derramado. Todo esto miraba la Regenta con pena, como si fuesen ruinas de un mundo.

Uno de sus brazos, escapando al Sur, formaba el mundo misterioso del mar de Coral.

Por desgracia, el grabador, que no era un Estévez ni un Carmona, no pudo poner cuerdas en una lira, que formaba parte de las armas de Polo; pero es un pequeño contratiempo, de que nadie hace eso.

Particularmente Villa formaba mucho empeño en ella. Como no hay felicidad en el mundo comparable a la que siente un poeta leyendo sus versos, me apresuré a contestar afirmativamente. Quedó convenido en que la lectura se daría el domingo próximo. Estábamos en jueves. Por la noche fui, a las nueve, como había quedado, a ver a Gloria.

Me formaba, por decir así, una especie de colección saludable entre lo que el talento humano ha dejado de más fortificante, más puro, desde el punto de vista moral, más ejemplar en materia de raciocinio.

Pero aquel espectáculo era muy capaz de contener las ideas vagabundas. Eppie, con las ondulaciones radiantes de sus cabellos, con su mentón y su cuello contorneados, cuya blancura era realzada por su traje de algodón azul obscuro, reía alegremente mientras que el gatito, prendiéndose con las cuatro patas del hombro de la joven, formaba, por decirlo así, el modelo del asa de un jarrón.

Sin necesidad de levantar los tejados, como el Diablo Cojuelo, Apolonio adivinaba el drama oculto en cada casa, y con todos los pequeños dramas individuales formaba una gran tragedia, la tragedia de la calle, en que él era el héroe, la víctima, y Belarmino el traidor.