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Dibujaba, como siempre, caprichos caligráficos con remates de la fauna y la flora del arabesco más fantástico. Sentía el alma, después del cambiazo que a sus deseos acababan de dar las circunstancias, llena de música; no le cantaban los oídos, le cantaba el corazón.

Así pasaron al comedor llevando á Flora en el medio. Una vez allí, se dibujó en los labios del ama de gobierno una sonrisa maliciosa y profirió dirigiéndose á Flora: Siéntese, señorita; siéntese frente á su padre. Flora se dejó caer en sus brazos ruborizada. ¡Oh, por Dios, no me hable usted así! Señorita y aldeana. Nolo había tenido tiempo á meditar su resolución.

¡Qué holgazana está usted, señora condesa! dijo doña Flora , y ¿cómo teniendo tan buena mano para la aguja no me ayuda a hilvanar estos uniformes para la <i>Cruzada del Obispado de Cádiz</i>, que va a ser el terror de la Francia y del Rey José?

Miró al cielo. ¡Cómo brillaba la luna allá en lo alto, serena, majestuosa! ¡Qué guiños maliciosos le hacían las estrellitas azuladas! ¡Faunos, ninfas y amores que la vísteis desde la pomarada de D. Félix, venid ahora! ¡Venid á contemplar el rostro de Flora encendido en pura grana! Allá se oía el ruido de los zapatos claveteados de Jacinto que se alejaba.

La mayordoma pasó instantáneamente de la sorpresa á la alegría. ¡Oh, señor, todos lo sabíamos!... y todos ansiábamos que llegase pronto este momento. Luego abrazó y besó á Flora con entusiasmo y la felicitó de todo corazón. Que sea por muchos años. Dios y la Virgen del Carmen le , señor, larga vida para gozar el cariño de una hija tan buena y tan hermosa.

Le acompañaba en tan dulce ocupación un criado de su prima, y en tanto yo, sin libertad para correr por Cádiz, como hubiera deseado, me aburría en la casa, en compañía del loro de Doña Flora y de los señores que iban allá por las tardes a decir si saldría o no la escuadra, y otras cosas menos manoseadas, si bien más frívolas.

Flora lloró primero, rió después, volvió á llorar y trató de consolarla. ¡Cuánto habló aquella vivaracha criatura en poco tiempo! Pues aún no pareciéndole bastante resolvió acompañar á su amiga hasta Entralgo, dormir allí y despedirla al día siguiente. Y así se efectuó y no hay para qué decir que durante el camino no cerró la boca.

Al punto que entró D. Pedro, oyéronse estrepitosas risas en la sala; pero doña Flora salió al punto a la defensa de su amigo, diciendo: No hay que criticarle, pues hace muy bien en vestirse a la antigua; y si todos los españoles, como él dice, hicieran lo mismo, con la costumbre de vestir a la antigua vendría el pensar a la antigua, y con el pensar el obrar, que es lo que hace falta.

Las más encantadoras riberas de la Flora seductora son aquellas en que se aleja la vida marítima. Su riqueza consiste en fósiles: curiosos para el geólogo, instrúyenle por medio de los huesos de los muertos.

Y Flora, que era una excelente muchacha, hacía esfuerzos inútiles por sofocarlo, por volverlo al infierno, de donde sin duda había salido.