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Pero la razón me indicaba que no debía dar entero crédito a las palabras de mujer tan experta en ingeniosos engaños, y esperé aparentando conformarme con su opinión y mi desaire. ¿Te acuerdas de la noche en que nos presentamos aquí viniendo del Puerto de Santa María? En esta misma sala nos recibió doña Flora. Llamamos a Inés, te vio, le hablaste.

No hay duda de que es cierto, hijo mío. Ten resignación y no nos des un disgusto. Cuidado con el suicidio. ¿Yo? dije afectando indiferencia. Toma, toma aire, que te incendias por todos lados me dijo agitando delante de su abanico . Don Rodrigo en la horca no tiene más orgullo que este general en agraz. Cuando esto decía, sentí la voz de doña Flora y los pasos de un hombre.

Lo contemplaba con atención anhelante algunos instantes, se llevaba el pañuelo á los ojos y proseguía su paseo. D.ª Robustiana entreabrió la puerta y asomó tímidamente la cabeza. Señor, ahí abajo está Flora que viene á darle el pésame.

Buena parte de la noche se pasó con la relación de Malespina y de otros oficiales. El interés de aquellas narraciones me mantuvo despierto y tan excitado, que ni aun mucho después pude conciliar el sueño. No podía apartar de mi memoria la imagen de Churruca, tal y como le vi bueno y sano en casa de Doña Flora.

Doña Flora y Doña Francisca se aborrecían cordialmente, como comprenderá quien considere el exaltado militarismo de la una y el pacífico apocamiento de la otra. Por esto, hablando con su primo en el día de nuestra llegada, le decía la vieja: «Si hubieras hecho caso siempre de tu mujer, todavía serías guardia marina. ¡Qué carácter!

Parece siguió después el minero, mirándolas á entrambas con sus ojos de fiera traidora que no os gustan las caras manchadas de carbón... Os alegran más las que están salpicadas de leche y borona como las de aquellos zotes que os acompañaban en la lumbrada del Carmen... ¡Podían no gustarnos más! exclamó con desenfado Flora. Aquéllos son hombres... y vosotros unos micos.

La falta de abundante vegetación exterior, que era efecto de las nieves del invierno, me hizo buscar de preferencia los invernáculos de cristal. Esos palacios de Flora, construidos por el hombre para dar abrigo y calor á la naturaleza, son verdaderamente espléndidos.

Al cabo, después de una larga pausa, Demetria dejó escapar un suspiro y como si saliese de un sueño exclamó: Bueno, Nolo: es hora ya de separarnos. No si tendré tiempo de ir á Lorío á despedirme de Flora y volver antes de la noche. lo tienes. Mira; el sol está muy alto todavía. Demetria guardó silencio y permaneció inmóvil mirando por encima de la paredilla á las altas montañas de Mea.

Las que ha visto en la falda y en las primeras quebraduras, no las vuelve á ver en las más elevadas pendientes; y si algunas quedan, desaparecen junto á las nieves para que las sustituyan otras especies. Es un cambio continuo en el aspecto de la flora, conforme su aproxima uno á las altas cumbres.

Hasta ahora es usted, D. Félix, el primer galán que se ha acercado á nosotras, y aunque nos ha regalado con caramelos, no he visto que nos convidase á bailar replicó Flora con desenvoltura.