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En una palabra, amiga mía dijo Amaranta dirigiéndose a doña Flora . Ante una persona tan de confianza como el Sr. D. Pedro, puede usted dejar a un lado el disimulo, confesando que las ternuras y patéticas declaraciones de este joven no le causan desagrado. Jesús, amiga mía exclamó mudando de color la dueña de la casa , ¿qué está usted diciendo?

Anda, hija mía... No te mojes mucho... No te pongas al sol... No batas demasiado la ropa contra la piedra... No gastes mucho jabón. Y allá va Flora camino del río con mucho más peso en la cabeza que las damas que pasean sus sombreros dernière creation por el Retiro, pero acaso con menos en el corazón.

Encendíase la sangre en generosa indignación al pensar que a la semana siguiente el Noticiero de Dutch Flat, contestó a la tierna pregunta con una chanza pobre y brutal, haciendo constar que el ciprés es una planta exótica y desconocida por completo en la flora de la comarca.

¡Madre mía! dijo la aldeana riendo. ¡Pues no quería usted ser pocos animales: cordero, trucha, anguila, ratón!... ¡ni el arca de Noé! Es posible que Flora no supiera todo lo linda que era. Es posible igualmente que lo supiese demasiado bien.

Desde aquel día, en efecto, cambió mucho ya la actitud de D. Félix con la zagala. Sin embarazo alguno fueron tantas y tan vehementes las pruebas de afecto que le prodigó que Flora quedó tan admirada como conmovida.

D. Pedro salió mirándonos con altanera soberbia, que nos hizo sonreír a todos menos a doña Flora, la que reprendió al inglés su deseo de sujetar a nuevas pruebas la quebrantada osamenta del héroe del Condado.

El pueblo cree que está viendo representar el sainete de Castillo <i>La casa de vecindad</i>, y quiere tomar parte en la función. ¿No es verdad, Araceli? señora. Ese nuevo actor que se mete donde no le llaman, dará disgustos a las Cortes. El pueblo quiere que juren dijo Flora. Y querrá también que se les ponga una soga al cuello y se les cuelgue de las bambalinas.

Primero, enfermaron los de Terranova, lo cual atribuía Kane á la falta de luz: si se les ponía ante los ojos una linterna encendida se aliviaban: mas, poco á poco fué consumiéndolos extraña melancolía y se volvieron locos. Los perros esquimales siguieron sus huellas, y hasta su perra Flora, «la más discretala que reflexionaba mejor, comenzó á delirar como sus compañeros y sucumbió.

Mas una legión de ninfas y de amores que retozan en aquel instante por la pomarada de D. Félix asoman su cabeza por encima de las paredillas y de las zarzas que la recubren para contemplar á la gentil aldeana, señalan con el dedo sus labios de cereza, sus ojos negros brillantes, su marcha airosa, cuchichean y sonríen. ¡Allá va Flora!

El cochero mulato era un verdadero automedonte, y sentado en el pescante del landó tenía la mejor facha: hubiera podido pasar por el cochero del Príncipe de Gales, untada la cara con tizne. El jardinero negro había llegado a saber casi tanta botánica como Spix y Martius, doctísimos investigadores de la Flora brasílica.