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También conocí mucho a su señor padre prosiguió don Benito, animado por el silencio de Febrer . Trabajé por él cuando salió diputado. ¡Aquéllos eran otros tiempos! Yo era joven, y no tenía la fortuna que tengo ahora... Entonces figuraba entre los «rojos». El capitán Valls le interrumpió riendo. Ahora su hermano era conservador y miembro de todas las cofradías de Palma.

Febrer se lanzó por el camino que le franqueaba esta habilidad femenil. ¡Antipática!... No, Catalina.

Los nombres de todos ellos los conocía Ferragut por haberlos leído en las Trovas de Mosén Febrer, métrico relato en lemosín de los hombres de guerra que vinieron al cerco de Valencia desde Aragón, Cataluña, el Sur de Francia, Inglaterra y la remota Alemania.

Había que llegar pronto a Can Mallorquí, para preparar la cena de la familia antes de que se presentasen los cortejantes. Febrer la admiraba con sus ojos graves.

Febrer reconoció a la mujer. Era la tía del herrero, la tuerta de que le había hablado el Capellanet, la única compañera del Ferrer en su bravia soledad.

El viento de los días tempestuosos, al remover la arena, dejaba descubiertas sus múltiples y enmarañadas raíces, negras y delgadas serpientes en las que se enredaban muchas veces los pies de Febrer.

La visión se desvaneció rápidamente con el movimiento de las nubes. Borráronse sus espantables contornos, adoptando otras formas caprichosas; pero Febrer, al perderla de vista, no salió por esto de su alucinación. Aceptaba la orden sin rebelarse: partiría. Los muertos mandan, y él era su siervo inerme. La luz de la caída de la tarde daba a los objetos un relieve extraño.

¡No ocurrírsele nunca asomar la cabeza fuera de Palma para ver el campo, de un verde tierno, con sus acequias susurrantes; el cielo, de suave azul, en el que flotaban islotes de blancos vellones; las colinas, de un verde obscuro, con sus molinillos de viento braceando en la cumbre; las sierras abruptas, de color de rosa, cerrando el fondo; todo el paisaje risueño y rumoroso que había asombrado a los navegantes antiguos, haciéndoles llamar a Mallorca la isla Afortunada!... Cuando, gracias a su casamiento, adquiriese una fortuna y pudiera rescatar el hermoso predio de Son Febrer, pasaría en él la mayor parte del año, lo mismo que sus ascendientes, haciendo la vida rústica y benéfica de un gran señor, dadivoso y respetado.

Los Febrer habían peleado o ajustado alianzas con corsarios turcos, griegos y argelinos, habían escoltado sus flotas por los mares del Norte para hacer frente a los piratas ingleses, y hasta una vez, a la entrada del Bosforo, sus galeras habían abordado a las de Genova, que monopolizaban el comercio de Bizancio.

En el punto de luz de nuestros ojos arde el alma de nuestros abuelos, así como en las líneas de nuestras facciones se reproducen y reflejan los rasgos de generaciones desaparecidas. Febrer sonreía con inmensa tristeza.