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Inmediatamente increpó a maese Manuel, que le miraba azorado: ¿Qué haces ahí, zopenco, que no destapas las botellas? Pareces el arcángel Gabriel que esculpió maese Nicolás para la capilla de la reina Margarita. ¿Soy acaso la Virgen para que me anuncies el nacimiento del niño Jesús? En un abrir y cerrar los ojos, las botellas estuvieron abiertas.

Entre tanto, el Mapono atizaba con rabia infernal á los suyos, y cerca de una hora estuvieron disparándole saetas sin causarle más daño que romperle el vestido; bien que al levantar en alto aquella santa imagen, le corrieron por los brazos extraños dolores y le impidieron el uso de ellos.

¿Llega usted ahora mismo? preguntó asombrado el capellán. , señor.... Primitivo dice que estuvieron llamando anoche a mi puerta él y otros dos, pero que no les abrió nadie.... Verdad que mi criada es algo sorda; mas con todo..., si llamasen como Dios manda.... En fin, que hasta el amanecer no me llegó el aviso.

Por fin, aquellas elegantes criaturas sueltan las prendas con descuido escarnecedor sobre las sillas de la sala y corren a encerrarse en el gabinete de Jovita. Cerca de media hora estuvieron deliberando secretamente. D. Cristóbal aguardaba inquieto y ojeroso, paseando con agitación por el corredor como un procesado que espera el veredicto del jurado.

El régimen del terror supersticioso por males y peligros imaginarios, en que vivía el hombre en la pura civilización cristiana, y la servidumbre espiritual a los dogmas absurdos y al absolutismo de la iglesia, fue fatal a la libertad y a todos los intereses humanos que estuvieron subordinados a los intereses divinos.

Agradablemente pasaron, pues, la velada, y fueron de los que más gozaron en ella, sin perdonar los fuegos con los que la velada terminó, y que estuvieron espléndidos. Los galanes, ya cerca de la una, acompañaron a ambas Juanas hasta la puerta de su casa. Cada mochuelo a su olivo, como suele decirse.

Enterado yo en el Rio Negro por los mismos indios, y viages que hicieron los dos expresados peones Godoy y Gonzales, de esta maldad en los nuestros, han sido repetidas las instancias que he hecho al Señor Virey, para que se les castigue con egemplar rigor al que se aprenda haber incurrido en tan horroroso delito, y juntamente cuenta á S. E. de uno de estos impios que los dirigia: el que llegó á tal extremo su crueldad, que no estuvieron exentos de ella sus propios padres, á quien él mismo mató en una de las entradas que hizo con los indios.

Y, al acabar de la profecía, alzó la voz de punto, y diminuyóla después, con tan tierno acento, que aun los sabidores de la burla estuvieron por creer que era verdad lo que oían.

Viéndole de tal modo, con la desesperación impresa en el semblante, Clementina dejó al cabo de hablarle en aquel tono. Movida de piedad comenzó de nuevo a besarle cariñosamente. Pero él rechazó sus caricias; la apartó con suavidad diciendo: ¡Déjame! ¡déjame!... Así me haces más daño. Dos lágrimas asomaron a sus pupilas y estuvieron largo rato allí detenidas.

Cállese usted por Dios, que me da horror de oírla. Me querían llevar a la cárcel, y estuvieron cerca de una hora si me llevan o no me llevan. Fueron los policías, y yo dije que estaba criando. Total, que por fin me soltaron, y aquí me vine corriendo. ¡Si no hay como ser así para que la respeten a una! Si no están allí las condenadas modistas, me paseo por encima de su corpacho como por esa sala.