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En el momento un poco tumultuoso de las despedidas, al separarnos después de la velada, mi padre invitó a todos a venir esta noche a casa a festejar el regreso de Máximo. Todos aceptaron menos la señora Jansien, que estaba ya comprometida, y las de Grevillois, que tienen que estar en Ruán mañana por la tarde y no vuelven hasta dentro de dos días.

He dicho que esta dificultad era en apariencia mas grave que la anterior, porque saliendo del campo de la experiencia, afecta el mismo órden de nuestras ideas: órden que debemos tener por indestructible, si no queremos privarnos de la razon misma. ¿Qué fuera de nuestra razon, si la geometría pudiese ser desmentida por la realidad? ¿qué fuera un órden de ideas que pudiese estar en contradiccion con los hechos?

Al estar junto á él, no supo qué decir ni cómo empezar y apelando al recurso de la acción, abarcó en sus brazos de blancas carnosidades, los hombros del temido ogro. ¡Pepe... Pepe! murmuró con voz tenue, como un gemido dulce. Y su boca se abrió paso entre las barbas patriarcales, con besos ardorosos.

Estas señoras y caballeros parecían estar de muy buen humor, tanto, que la exuberancia de sus demostraciones levantaron en la sala algunos murmullos de descontento.

Le parecía estar solo en el mundo, sin lazo de amor con algo que fuese un amparo..., y comprendía, sin embargo, que él era el producto de la abnegación ajena, del sacrificio amoroso en indefinida serie. ¡Oh infinito consuelo!

Al sentarse á la mesa, al contemplar su mullido lecho, al percibir en invierno la tibia caricia de la calefacción, viendo los cristales floreados por la escarcha, creía estar usurpando indignamente algo que era de otro. ¡Su hijo! ¡su pobre hijo viviendo como un perro sin dueño, tendido en la paja, atenaceado por el tormento del hambre! ¡Haber producido un ser ella que se creyó durante años y años el centro de lo existente, disfrutando de todas las comodidades , y este pedazo de su vida agonizaba bajo el suplicio de una miseria como sólo la conocen los mayores abandonados!... Nunca pudo imaginarse que la suerte le reservase esta ironía.

En las guerras conyugales, por el contrario, se siente la vergüenza de mantenerlas. Y por eso se ocultan. Los cónyuges simulan la paz sin estar hechas las paces, ofreciendo al exterior una dulce concordia, mientras la guerra civil arde en casa.

«Tanto te empeñarás dijo al estudiante aquella noche , que al fin lo vas a conseguir». ¿Qué, tía? Que vaya yo en persona a ver a esa... Pero conste que si voy es contra mi voluntad. Maximiliano, que era bondadoso y quería estar bien con ella, no quiso manifestarle indiferencia. «Pues , tía, si usted va a verla, se lo agradeceremos toda nuestra vida».

Oirla nuestro periodista y dejarse caer al suelo en cuatro patas, fué todo uno. De esta suerte fué caminando sigilosamente hasta que alcanzó de nuevo la puerta, y se salió a toda velocidad. Cuando supuso que estaba ya muy lejos, uno de los parroquianos gritó: Alvaro, ¿sabes quién acaba de estar aquí? ¿Quién? Sinforoso: ahora mismo se ha ido.

Y mire, en la cocina habrá buena lumbre, ¿no es verdá, don Marcelo? y estará usté más apartao de estas cosas que le amurrian y acobardan, sin dejar de estar bien acompañao con los que entran y salen... y de paso, mire, que añada Tona buen por qué al ollón grande, que somos tres bocas más... ¡Hija, qué bobás se le ocurren a una cuando no sabe lo que diz, ni tomar los tiempos como vienen!