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Ramiro, cuya herida comenzaba a guarecer, hallábase sentado junto a la ventana que abría sobre el valle. El hombre entró lentamente y se detuvo ante él. Por primera vez le veía llegar con espuelas. Era lo único que denunciaba para el oído su andar silencioso. Melancólica arrogancia ennoblecía todo su porte, y sus gestos eran varoniles y refinados. Voy a dejarte exclamó.

El Rey tenía empeño en ello, y le había prometido regalarle el uniforme con todos los accesorios de espada, espuelas y demás. ¡Qué guapín estaría su papá con su casaca blanca, toda blanca!... Al llegar aquí, la pobre niña sentía empapado enteramente su ser en una idea de blancura; al propio tiempo una obstrucción horrible la embarazaba, cual si las cosas que reproducía su cerebro, muñecos y Palacio, estuvieran contenidas dentro de su estómago chiquito.

Sin embargo, no se tardaba en advertir que un alma recia como un estoque se ocultaba por debajo del bordado terciopelo de aquella vaina de ceremonia, y que su honra era siempre tan puntillosa como pudo serlo en el corazón o la mejilla de los que descansaban en San Pedro, con su par de espuelas en el calcáneo.

Pero Frasquito, por Dios, ¿para qué quiere usted espuelas? Ya... es que va a salir a caballo dijo Obdulia gozosa . ¿Pasará por aquí? ¡Ay, qué pena no verle!... ¿Pero a quién se le ocurre vivir en este cuartucho interior, sin un solo agujero a la calle?

Y tras esta amenaza dió con las espuelas á su caballo y salió al galope, sin volver la cabeza, mientras don Carlos permanecía con el revólver en su diestra. Cerca del río tuvo el gaucho un encuentro más agradable. Vió venir hacia él un grupo de tres jinetes, é hizo alto para reconocerlos. Era la marquesa de Torrebianca, vestida de amazona y escoltada por Canterac y Moreno.

No insistí más que en las escaramuzas. En una de ellas, mientras esperábamos un convoy enemigo ocultos en un bosque de robles, sentí cierto campanilleo extraño y temeroso. Eran las espuelas de los soldados de caballería, que chocaban, por el temblor de las piernas, con las vainas de los sables. ¿Cómo por el temblor? Yo pensé que los valientes voluntarios del rey no temblaban jamás. ¡Oh!

Bettina se inclinó a un lado y miró con curiosidad las grandes botas de Juan, cubiertas de polvo. Pero, señor, ¿usáis espuelas? , señorita. ¿Estáis en la caballería? Estoy en la artillería, señorita, y la artillería es la caballería. ¿Y vuestro regimiento está de guarnición?... Muy cerca de aquí. ¿Entonces saldréis a caballo con nosotras? Convenido. ¿Veamos ahora en qué estaba?

Haciendo un signo á sus acompañantes para que no la siguiesen, se fué aproximando Elena á la pradera donde estaban los dos jóvenes. Celinda la vió llegar antes que el ingeniero, y haciendo un gesto hostil volvió la espalda. Al mismo tiempo ordenó á Watson que le ajustase al pie una de sus espuelas, que pretendía llevar suelta.

Por el camino que conducía derechamente á la antigua ciudad de Vinchester y á no muy grande distancia de ella iban dos jinetes, joven, apuesto y ricamente ataviado el uno, con las espuelas de oro del caballero, al paso que el otro, hercúleo mocetón, tenía más trazas de gañán que de soldado, á no revelar su profesión la formidable espada que al cinto llevaba.

De pronto sintióse el galope de un caballo que se detuvo a la puerta de la casa parroquial, y el jinete, sin descalzarse las espuelas penetró en la sala del festín. El nuevo personaje llamábase don Antonio de Arriaga, corregidor de la provincia de Tinta, hidalgo español muy engreído con lo rancio de su nobleza v que despotizaba, por plebeyos, a europeos y criollos.