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En la escena inmediata se nos presenta Doña Ana, novia de un galán llamado Don Diego, á la cual pretende también Don Luis, no sin hacerle ella entrever algunas esperanzas de buen éxito; visítala Doña María, y la entrega un retrato de Don Juan, suplicándola que lo guarde, obligándola á ello el miedo que le inspiran las sospechas de su hermano.

«Y la juventud huía, como aquellas nubecillas de plata rizada que pasaban con alas rápidas delante de la luna... ahora estaban plateadas, pero corrían, volaban, se alejaban de aquel baño de luz argentina y caían en las tinieblas que eran la vejez, la vejez triste, sin esperanzas de amor.

Eugenio se retira á su casa, entra en su gabinete, se entrega á todo el dolor que consigo trae el frustrarse tantas esperanzas, y un cambio inevitable en su posicion social.

Tenia tres cañones mas, que hizo fundir con toda diligencia, y procuró proveerse de pólvora y balas, con cuyas providencias concebia fundadas esperanzas de rechazar á los rebeldes que intentasen invadirle en adelante.

Lo primero que se presentó a su espíritu fue el pesar de haber perdido una fuerte suma de dinero en las carreras de Ascot, donde había visto desaparecer sus esperanzas con el caballo que las llevaba. Huberto no era jugador liberal; hombre de orden, adorador del dinero, detestaba el perder.

Acudió Sancho a su asno para sacar de las alforjas con qué limpiarse y con qué curar a su amo; y, como no las halló, estuvo a punto de perder el juicio. Maldíjose de nuevo, y propuso en su corazón de dejar a su amo y volverse a su tierra, aunque perdiese el salario de lo servido y las esperanzas del gobierno de la prometida ínsula.

Sucedió que se prendieron tres o cuatro, y entre esperanzas y miedos, remordimientos, y sobresaltos, fluctuaban los otros indecisos sobre qué harían? No les fuera tan difícil librarse a los hombres solos, mas el amor a sus mujeres o hijas que habían hecho cómplices de su relapsia no les dejó sosegar en este pensamiento.

Ahora que todas aquellas falsas esperanzas se habían desvanecido, y que la primera certidumbre había pasado, la idea de un ladrón comenzó a presentarse a su espíritu. La acogió rápidamente, puesto que era posible atrapar al ladrón y hacerle devolver el dinero. Aquel pensamiento le dio nuevas fuerzas. Se precipitó de su telar a la puerta.

El duque cazador de una gran dote, acomodaticio y sin escrúpulos, estaba olvidado. Ahora sólo veía al combatiente de cabeza blanca, al inválido, que, según los médicos, no podía alcanzar una larga existencia después de las operaciones sufridas. Y ella procuraba mantener sus esperanzas, contestando breve y afectuosamente á sus largas cartas de desterrado.

Ya no pudo pensar en ella como en una Beatriz inmaterial; sus pensamientos se quedaban abajo. Y vio lucir en el aire, reflejados desde el fondo de su espíritu, los ojos turbios de la Angustia. Muñoz entró en casa de Charito sin esperanzas de encontrarse con Adriana, pero con la idea de que su amiga pudiese darle noticias de cómo andaban sus relaciones con Julio.