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El ladrón que penetra a una casa, va por lo general seguro de que nadie atentará a su vida; sabe muy bien si el dueño es hombre capaz de defender lo suyo, y en este caso, espera asegurarlo, o si en caso de sentirlo, evitará un lance.

Señor, en nombre del Cielo, piense que el desgraciado espera la muerte... LA MULTITUD. ¡Viva el alcalde! ¡viva el rey absoluto! EL ALCALDE. Ya has oído, obra. EL GITANO. ¡Por fin! EL VERDUGO. ¡No, señor! EL ALCALDE. ¡Cómo! EL VERDUGO. Me han hecho venir de Córdoba para dar garrote al reo, pero no para cortarle la mano.

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A estas razones llegaba don Diego cuando oyeron que en la puerta de la calle decían a grandes voces: Díganle a Tomás Pedro, el mozo de la cebada, cómo llevan a su amigo el Asturiano preso; que acuda a la cárcel, que allí le espera. A la voz de cárcel y de preso, dijo el Corregidor que entrase el preso y el alguacil que le llevaba.

Continuaba su existencia como si el mundo viviese en una felicidad paradisíaca, unas veces en espera de Freya, evocando en su memoria las esplendideces de su cuerpo, los refinamientos y sensaciones nuevas que le procuraba su pasión; otras abrazado á la realidad, con un arrobamiento que borraba y suprimía todo lo que no fuese ellos dos.

Su afectísimo amigo, ¿Suicidarte? ¿Pero comprendes bien lo que dices? Y en definitiva, ¿para qué debo vivir? ¿Qué misión me espera? ¿Qué ideal puede estimularme ya?... No te diré cuál es la razón filosófica de tu existencia, porque la ignoro; pero, puesto que vives, ¡vive! qué diablos. Como cualquier animal...

Felipe II solía decir: «El tiempo y yo para otros dos»; Cristeta, se contentó con murmurar: «Haré lo que puedaCapítulo XII Siguen, Cristeta enamorada, don Quintín echándose a perder, y don Juan sin sospechar la que le espera Cuando, pasados algunos días, se convenció Cristeta de que don Juan no se acordaba de ella para escribirle cuatro líneas, su tristeza rayó en melancolía.

Pero si estáis seguro de que mi sueño no carece de fundamento, respondedme, decidme quien sois, venid a y mostraos. A orillas del azul y caudaloso Danubio, en el castillo de Liebestein, os espera

En este ambiente de curiosidad distraía la penosa espera hasta la hora de ir a la plaza. ¡Qué tiempo tan largo! Estas horas de incertidumbre, en las que vagos temores parecían emerger del fondo de su ánimo, haciéndole dudar de mismo, eran las más amargas de la profesión.

A la ventura, á tomar el aire. Habéis, pues, tenido un buen encuentro, porque os he curado dijo Quevedo. Aún no del todo. Mi amigo os espera en vuestra casa. ¡Ah! ¡pero vuestro amigo me da miedo...! ¡no os digo que estoy asombrada!... ¡yo, que me he burlado del amor! El amor se venga.