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Ya estaban los padres de Ángel enterados de casi todo lo que deseaban saber: por qué trasnochaba; por qué se vestía con tanto esmero; por qué andaba como desvaído a veces, y a veces hecho un cascabel, y hasta sabían por qué había llegado a casa la noche antes tan atolondrado y nervioso. Y no sólo lo sabían, sino que lo aprobaron y aun lo aplaudieron.

La simpática y encantadora actriz posee en toda su persona vencedor y misterioso atractivo; con él y por él seduce y hechiza, como si fuera más hermosa que la Venus de Milo; se viste con lujo, esmero y gracia admirables, y su voz es argentina y simpática y tiene matices, inflexiones y tonos propios para expresar toda pasión y todo sentimiento: la ternura amorosa, los celos, la soberbia y la ira.

La traza artística y perfecta de sus planes, y su esmero en que reine en toda la acción la unidad íntima más rigorosa, se proponían, sin duda, alcanzar el fin que Calderón estimaba más por su importancia.

No, no eran nobles tronados: abundancia, limpieza, desahogo, esmero, refinamiento en el arte culinario, todo esto y más se notaba desde el momento de entrar allí. Pedro, el cocinero, y Colás, su pinche, preparaban la comida ordinaria, y parecía que se trataba de un banquete.

Las camas llegaron muy en breve al número de 70 en el hospital de hombres y de 85 en el de mujeres. El total de los enfermos fué de 703, asistidos con tal esmero, cual no es común en las enfermerías públicas.

El modelo, que se propone imitar casi siempre Montalbán, es indudablemente Lope de Vega. ¡Ojalá lo hubiese hecho siempre con formalidad y aplicación! ¡Ojalá que, conociendo plenamente las bellezas de su maestro, hubiera intentado apropiárselas! ¡Ojalá, por último, que hubiese trabajado con celo constante y prolijo esmero en perfeccionar sus facultades personales, y en imprimir en sus obras, con la atención y el empeño más sostenido, esa morbidez y plenitud artística que Lope de Vega imprimía en las suyas sin pensarlo siquiera!

Don Pedro tomó en brazos a su esposa y la sentó en la albarda, arreglándole la ropa con esmero. Así que pudieron conferenciar reservadamente capellán y señorito, preguntó don Pedro, sin mirar cara a cara a Julián: ¿Y... ésa? ¿Está todavía por aquí? No la he visto cuando entramos.

Y si bajaba los ojos más, para que el otro no creyese que le contemplaba las manos, veía el pantalón que caía en graciosa curva sobre un pie estrecho, largo, calzado con esmero ultra-vetustense. No podía haber pecado ni cosa parecida en reconocer que todo aquello era agradable, parecía bien y debía ser así.

Mimada y socorrida, hermoseada por la limpieza y el esmero, con el cabello alisado sobre las sienes y el alma aquietada, la niña de Luzmela cerró los ojos en la placidez de un sueño leve, incompleto, que no la desligaba de la realidad y la permitía memorar los suplicios de sus cinco años de esclavitud al través de la sonrisa de su libertad.

Donna Olimpia proyectaba criar y educar a su Principito con el mayor esmero por monjes benedictinos, ya que todavía ni San Ignacio de Loyola, ni San José de Calasanz habían fundado escuelas; y luego que estuviese bien educado y crecido, enviarle a conquistar la Abisinia y a sacarla de la barbarie en que había caído. El corsario argelino había venido en mal hora a contrariar tan altos proyectos.