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Pero una vez satisfechas su vanidad y su imaginación, dejaban hablar al egoísmo. «¿Por qué he de ser yo menos egoísta que las otras?...» No necesitaban de astucias y circunloquios para formular su petición. Algunas, á la segunda entrevista, se mostraban melancólicas y aludían á las tristes realidades de la existencia. Pero el generoso príncipe se anticipaba á sus deseos.

Después de hablar algunos minutos todavía en el mismo tono indiferente, más propio de una visita de amigo que de una entrevista tan grave y solemne como debía ser aquella, procuró encauzar la conversación hacia lo que quería, hablando mucho de mismo, de sus tristezas y de su porvenir.

Poníase en escena Roberto, y esta obra me recordaba mi primera entrevista con Arturo. Me expliqué entonces su tristeza, su preocupación, y pensé en que el mismo Meyerbeer no podría menos de concederle su perdón por no haber escuchado el sublime trío de Roberto.

Las niñas de los lacitos le apodaban «el de las cadenas»; la mamá sentíase inquieta con la presencia de este bárbaro de negra fama, que olía á vino y hablaba accionando con la navaja; y convencida al fin de que nada había de sacar de él, indicábale que se fuese; pero él experimentaba un hondo gozo siendo molesto y procuraba prolongar la entrevista.

Sus ojos se humedecieron... ¿Era posible que se despidiesen para siempre dentro de unas horas?... ¿No vería más á Ulises y á su buque, que se llevaban la mejor parte de su pasado?... El capitán deseó terminar pronto esta entrevista para mantener su serenidad. Mañana á primera hora dijo llamarás á la gente. Ajusta las cuentas de todos.

Su esposa, que lo ama tiernamente, vive en su ausencia en tranquilo retiro; pero una de sus damas, enamorada del conde Vela, forma el plan aleve de escribirle cartas amorosas en nombre de Doña Estefanía, y en invitarlo á una entrevista nocturna.

Yo le prometo a Vd. que saldré de dudas; y luego, Dios dirá. Como Paz, al decir esto, se levantara del asiento, nerviosa y desasosegada, Tirso creyó oportuno dar por terminada la entrevista.

En los dominios obscuros de la vida privada ocurrían al mismo tiempo algunos sucesos, que aunque no tan memorables, no dejaban de tener importancia para las personas que en ellos intervinieron. Al día siguiente de la entrevista de Venturita y Gonzalo, que hemos narrado, éste no visitó la casa de su prometida. Permaneció en la suya, fingiéndose aquejado por un fuerte dolor de muelas.

Pero al mismo tiempo todos los desdenes, todas las humillaciones pasadas, le parecían insignificantes ante la idea de la felicidad prohibida, que imaginaba oculta en aquel soñado esplendor de los bellos hechizos. No había muerto del todo su esperanza. Aguardaba la entrevista.

He hecho un mal papel... Ríete de , pero confiesa que esto es hermoso. Desnoyers rió, efectivamente, del infortunio de su amigo, á pesar de que él también sufría grandes contrariedades, guardadas en secreto. No había vuelto á ver á Margarita después de la primera entrevista. Sólo tenía noticias de ella por varias cartas... ¡Maldita guerra! ¡Qué trastorno para las gentes felices!