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Entretanto, el señor Joaquín, leyendo solo el periódico y paladeando solo el café, venía a echarle muy de menos, e íbase arraigando en su mente la idea de la boda. Cada día consideraba más adecuado para yerno al amigo de Colmenar.

Así sucede y sucederá entretanto vivan como hasta aquí.

Miró atrás y la cabeza se le fué en un nuevo vértigo. Entretanto, los perros seguían tras él, trotando con toda la lengua de fuera. A veces, agotados, deteníanse en la sombra de un espartillo; se sentaban precipitando su jadeo, pero volvían al tormento del sol. Al fin, como la casa estaba ya próxima, apuraron el trote.

Al bajar el sol volvieron, pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse en seguida a casa. Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había transpuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca. De pronto, algo se interpuso entre su mirada y el cerco.

Entretanto, ¿qué debía yo hacer de este terrible secreto? Lo que se me ocurrió de pronto, fué el pensamiento de que él destruía todo obstáculo entre Margarita y yo, que en adelante aquella fortuna que nos había separado debía ser entre nosotros un lazo casi obligatorio, pues yo sólo en el mundo podía legitimarla, dividiéndola.

Sentóse sobre un tronco, suspirando. Y se quedó absorto, mirando correr las olas, que se perseguían las unas a las otras, encrespadas de furor, e iban a morir mansamente a sus pies... La lucha interna seguía, entretanto.

Entretanto, los testigos habían elegido el terreno y echado a suerte los puestos. El mejor tocó a M. L'Ambert. La suerte quiso también que se empleasen sus armas, y no los yataganes japoneses, que tal vez le hubiesen impuesto. A Ayvaz todo le tenía sin cuidado: cualquier arma era buena para él.

Entretanto, de orden del juez, según Bernardino, se habían vendido la quinta de Quilmes y la estancia de Cañuelas, para pagar no qué deudas dejadas por don Aquiles y luego, siempre de orden del juez, las tres casas de la ciudad. Los gastos de la testamentaría eran tales, que todo de lo que se echara mano, no bastaba para sufragarlos.

Entretanto había llegado a la vista de las Loges; el marqués paróse un momento, y tocando la mano a la vizcondesa, le dijo con acento conmovido: No si tendré tiempo de ver a usted antes de mi partida... hasta la vista, pues... ¡mil y mil veces gracias! ¡Dios mío! ¿gracias de qué? De su leal amistad... hasta la vuelta... ¡Hasta la vuelta!

En tanto que daba yo prueba de esta cortesía de buen gusto, la señorita Margarita, con mi mayor sorpresa, continuaba mirándome con un descontento y despecho manifiestos. Su abuelo entretanto me prestaba oído atento; veía levantarse poco á poco su cabeza. Una extraña sonrisa iluminaba su fisonomía descarnada y parecía borrarle las arrugas.