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Yo quiero que lo seas. ELECTRA. Así me adorno para divertir a los chiquillos. ¡Si viera usted cómo se ríen! Pues un niño muerto. Así adornan a los niños cuando los llevan a enterrar. PANTOJA. Para simbolizar la ideal belleza del Cielo a donde van. No, no quiero parecer niño muerto. Creería yo que me llevaba usted a la sepultura. PANTOJA. Yo no te entierro, no. Quisiera rodearte de luz.

Los médicos aturdían la casa, ordenando remedios desesperados; los parientes llegaban ávidos y jadeantes, con el azoramiento de la inesperada noticia. Al día siguiente murió la señora. La familia trató a Maltrana con cierta benevolencia, haciéndole partícipe de sus acuerdos para el entierro. Todos ignoraban la voluntad de la muerta.

Venían con ellos, asimesmo, dos gentiles hombres de a caballo, muy bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que los acompañaban. En llegándose a juntar, se saludaron cortésmente, y, preguntándose los unos a los otros dónde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro; y así, comenzaron a caminar todos juntos.

Señora contestó don Benito, el duelo ha concluido y la vida comienza de nuevo. Pero usted dijo Blanca, con ironía, sobrino carnal, y en Palermo, el mismo día del entierro; ¡qué escándalo! Sobrino carnal, no; político, ... no hay inconveniente. Y ese pobre tío, ese señor don Ramón, ¿cómo estará de triste y desolado? inquirió Fernanda.

Se le figuró al oír aquella música que estaba viudo, que aquello era el entierro de su mujer. Ánimo, don Víctor le dijo Mesía volviéndose a él, y dejando el balcón . Ya van lejos. No; no quiero verla otra vez. ¡Me hace daño! Ánimo.... Todo esto pasará... Y apoyó Mesía una mano en el hombro del viejo.

El entierro lo harían al día siguiente en Izarte. Enviamos a un hombre a que encargara el ataúd al carpintero, y Urbistondo y yo nos quedamos en la casa. Me sorprendió bastante ver al médico de Elguea, que allí mismo sobre la mesa extendió la partida de defunción del muerto, a nombre de Tristán Ugarte, de profesión marino. Me chocó, pero no dije nada.

Ya lo creo, como que fue una cosa muy particular respondió el señor Macey inclinando la cabeza hacia un costado . El señor Drumlow... yo lo quería mucho al pobre viejo señor, a pesar de que tenía la cabeza algo confusa, tanto a causa de su edad como a que tomaba un trago de algo caliente cuando el oficio de la mañana tenía lugar haciendo tiempo frío... y el joven señor Lammeter quiso a todo trance casarse en enero, mes que es, sin duda, poco razonable escoger, porque el casamiento no es como un bautismo o un entierro que no se puede aplazar.

Por allí andaba Pimentó, que acababa de llegar de la taberna con cinco músicos, tranquila la conciencia después de haber estado durante algunas horas junto al mostrador de Copa. Afluía cada vez más gente á la barraca. No había espacio libre dentro de ella, y las mujeres y los niños sentábanse en los bancos de ladrillos, bajo el emparrado, ó en los ribazos, esperando el momento del entierro.

Movió la cabeza pensativamente; sin embargo, como su espíritu estaba ocupado con la lucha a la cual se preparaba, no hizo gran caso de aquello y ya no miró ni a derecha ni a izquierda. En la esquina de la plaza del mercado en el sitio donde estaba antes la casilla de impuestos se hallaba la vieja ama de llaves del doctor: tenía las manos ocultas bajo su delantal azul y una cara de entierro.

Era la hija de Lacante, a la que acababa de sorprender en sus devociones de la tarde. Como estaba muy cansado, me fui al hotel y tuve exquisitos sueños de una pureza de arcángel, hasta el punto de hacerme sentir el tener que levantarme de mi mala cama de posada cuando por la mañana tuve que hacerlo para asistir al entierro.