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El señor Fermín estaba absorto contemplando las manos de Pacorro el Águila, con admiración de guitarrista. Nadie había visto en su retirada a María de la Luz. Dupont entró en la casa de los lagares, andando quedamente, empujando las puertas con una suavidad felina sin saber por qué. Registró las habitaciones del capataz: nadie.

El hombre llevaba con desenvoltura un elegante traje de viaje y unos gemelos en bandolera. Ella, muy sencilla, iba empujando uno de esos encantadores cochecitos ingleses, obra maestra de la industria nacional de ese pueblo pesado y prosaico de ordinario, pero de un gusto tan delicado y refinado en todo lo que se refiere a la infancia.

De pronto desaparecías, te ibas al campo sin despedirte de nadie, y corrían rumores de aventuras raras. A se me ocurría que fingías, que tratabas de hacerte una aureola romántica. ¿No era así? Julio sonrió, sin responder. La cara muy blanca, su frente descendía ancha y recta, desde la raíz de los cabellos, empujando algo las cejas por encima de las pestañas.

Entonces, con el objeto de contemplarlos á su sabor y sin riesgo de ser visto, dió un pequeño rodeo. Saltó la cerca de la pomarada, que no era muy alta y ofrecía grietas donde apoyar los pies. Desde allí penetró en la huerta, empujando la puerta enrejada. Mas apenas había avanzado algunos pasos, cuando se detuvo repentinamente con espanto.

Como antes hicieron doña Manuela y Leocadia, Pepe y Millán fueron empujando la butaca desde el comedor al gabinete en cuya alcoba dormía don José; Leocadia se quedó doblando el mantel y las servilletas.

Lo que importa es vivir cristianamente, con la certeza de que la otra vida será mejor, ya que es obra de Dios y no de los hombres. ¡Arriba, vamos arriba! Y empujando cariñosamente al vagabundo, salieron del claustro por entre los mendigos, que habían seguido con mirada curiosa la entrevista sin poder escuchar una palabra. Atravesaron la calle, entrando en la escalera de la torre.

La más joven contemplaba fijamente, con estupor doloroso, la alborotada barba del cadáver. No, no te acerques, niña dijo bondadosamente don Juan . Sería una impresión demasiado fuerte.... lo que deseas. Tendrás su cabello; ya arreglaré yo eso en el cementerio. Y don Juan, empujando dulcemente a Tónica y Micaela, las sacó del salón, mostrando con ellas una solicitud paternal.

Y toda la avalancha retrocedía, empujando de nuevo a los transeúntes, ganosa de salir al encuentro de los que llegaban por la parte opuesta. Era un deseo vehemente de encontrarles lo más lejos posible del Hospicio, de ganar algunos segundos, de prolongar la rápida entrevista, en la que habían pensado días enteros.

Manteniéndose ocultos detrás de la isla, cuyas plantas eran suficientes para cubrirles, comenzaron a remontar el río remando en silencio, ayudados por la marea, que subía, empujando hacia atrás las aguas dulces. Los piratas, ocupados en desencallar la piragua, no habían advertido nada, a lo que parecía, pues no se les oía gritar.

Un comerciante grueso y colorado que ocupaba él solo la tercera parte de la plataforma se estrechó de pronto, se hizo pequeñísimo y volvió la cabeza. Un hortera, debajo de cuyo gabán se veía un delantal blanco, miró a Krilov con ojos de conejo asustado, y, empujando a la muchacha, saltó del tranvía y desapareció entre la multitud.