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Ricardo había pasado un brazo en torno de la cintura de la niña y la tenía sujeta suavemente para defenderla de cualquier peligro. Al cabo de mucho tiempo, Marta volvió su rostro encendido hacia él y le dijo con voz conmovida: Dime, ¿me dejas apoyar la cabeza en tu pecho? ¡Tengo unas ganas de llorar! Ricardo la miró con sorpresa y atrayéndola dulcemente hacia la acostó sobre su regazo.

Esto era lo mejor para los que, como él, carecían de dentadura. Sabía a gloria; pero a pesar de tantos elogios, recibió como en triunfo el turrón de Jijona y los pasteles de espuma. También era esto del género de don Juan, adorador de las cosas blandas, que se escurren dulcemente sin roce alguno hasta el fondo del estómago.

Germana tendió los brazos a su marido, se los anudó alrededor del cuello, le atrajo hacia y colocó dulcemente su boca sobre sus labios. Pero la emoción de este primer beso fue más fuerte que la pobre convaleciente. Sus ojos se velaron y todo su cuerpo desfalleció. Cuando se sintió algo más repuesta se dirigió a la casa del brazo de su marido.

A la hora de la comida oyó que uno de varios huéspedes que había sentados cerca de ella decía, mirándola de reojo: «La Moreruela está hoy más guapa que nuncaCristeta pensó: «¡Mejor para mi JuanEn el teatro, durante la función, trabajó apriesa; por su gusto hubiese llevado a escape las escenas, no movida de la grosera impaciencia del deseo, sino dulcemente estimulada por el anhelo de ver a Juan.

Beatriz no respondió nada y se alejó dulcemente: se sentía en trance de muerte: había entrevisto de un golpe la verdad, y parecíale que el cielo se rasgaba para fulminarla con sus rayos.

Dejemos, pues, sentado que nos gustan todos los pájaros, ruiseñores, canarios, malvises y jilgueros que cantan en el árbol de que nos habla Zola. ¡Ojalá nos fuera permitido pasar la vida reclinados dulcemente bajo su frondosa copa escuchándolos! Pero todo el mundo se empeña en aconsejarle a uno que trabaje.

La rueda de los coches, al pasar por delante de la gran escalinata, iba arrebatando poco a poco a los que allí estaban para dispersarlos por todo Madrid en busca de reposo. Pepe Castro se había colocado al lado de Esperancita y la hablaba dulcemente al oído. La niña, embozada hasta los ojos, sonreía sin mirarle. Cuando su coche llegó al fin, se estrecharon las manos largamente.

Adriana adoptaba una expresión condolida, pero irónica, irritante; los labios del otro sonrieron con la misma expresión. La silueta lánguida en el traje lila oscilaba suavemente; se soltaron los largos cabellos sobre la nieve de la espalda y el bello brazo desnudo se levantó, dulcemente; los labios del otro besaron en la blancura del hombro.

Yo soy un pazguato y he necesitado que vinieras a decírmelo, como si fuese una señorita boba. En resumen: Feli, ¡rica! yo te quiero... ¿Y ? La muchacha no contestó con palabras. Bajó los ojos, y su cabeza fue inclinándose dulcemente en señal de asentimiento. Maltrana metió un brazo por debajo del mantoncillo, enlazándolo con el de la joven. Así, muy agarrados, muy juntos.

El contacto de aquella preciosa mano, que estrechaba dulcemente la mía con una noble confianza, como se estrecha la mano de un protector a quien se ama, me causaba una impresión que en vano querría explicar: parecíame que aquella mano me transmitía otra vida más pura, más fácil; me embriagaba en un goce lánguido y tranquilo...