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; que vaya á cumplir mi oficio cuanto antes. No, no es eso; que viniérais con vuestro amigo. Vendré; y adiós, señora. Adiós. Quevedo salió pensativo y cabizbajo murmurando: ¡Pobre Dorotea! ¡ella también le ama con todo su corazón!

Al entrar en un espacio iluminado, el padre Aliaga miró con ansia á la comedianta; al verla, dió un grito. ¡Ah! exclamó ; ¡es ella! ¡Margarita! Os habéis engañado, señor dijo la Dorotea ; yo no me llamo Margarita.

Pero había causado tal impresión la muerte de la Dorotea, habían dicho tales cosas acerca de entradas y salidas de su ama Pedro y Casilda, se había murmurado tanto, que se sospechó por todos, y aun se dió por seguro, que allí había gato encerrado.

¡Matásteis por un hombre!... exclamó Dorotea ¡algún desdichado padre de familia! No quién era... ni aun hablar á nadie de aquella muerte... el tiempo ha pasado... pero aquella sangre... aquella sangre está cada día más negra é indeleble en mi conciencia. ¡Dicen que estoy loco! es verdad... ¡loco! y es muy razonable que yo esté loco... porque he sufrido mucho... mucho...

Cuando Cardenio le oyó decir que se llamaba Dorotea, tornó de nuevo a sus sobresaltos y acabó de confirmar por verdadera su primera opinión; pero no quiso interromper el cuento, por ver en qué venía a parar lo que él ya casi sabía; sólo dijo: ¿Que Dorotea es tu nombre, señora? Otra he oído yo decir del mesmo, que quizá corre parejas con tus desdichas.

Don Rodrigo, como pretendió robaros la querida, ha pretendido y pretende robaros de una manera villana el favor de su majestad. Hablad, hablad, Dorotea; decidme todo lo que sepáis.

Dorotea estaba transfigurada por el amor, por el sufrimiento, por la horrible decisión que á aquella casa la llevaba; su palidez mortal, la lucidez de su mirada, un no qué portentoso que emanaba de la dolorosa contracción de su boca, de lo grave, profundo y ardiente de su mirada febril; de aquellos hombros redondos, tersos, mórbidos, en que la vista parecía tocar una suavidad dulcísima; de aquel seno cuya parte superior no cubría el escote, agitado por una respiración poderosa, por un aliento de fuego; de aquellos brazos desnudos, modelados por Dios, de una manera tan bella, tan dulce, tan pura, que el cincel griego se hubiera detenido impotente al querer copiarlos; de todo su ser, en fin, emanaba tal magia, que la hermosura de Dorotea parecía divinizada, sobrenatural, hija de la imaginación, no real y efectiva; una de esas bellezas que se ven raras veces, que la mayor parte de los hombres no ven nunca, y que hacen creer al que las ve que han de desvanecerse como una sombra al ser tocadas.

Puede ser. ¿Y los amores os han quitado el apetito? No por cierto. ¿No? pues me alegro; ni yo tampoco. ¡Dorotea! ¡amiga Dorotea! Decid á vuestra negra que nos de almorzar. Almorzaremos todos juntos dijo Dorotea. Que me place: almorzarán juntos el amor y las musas, una ninfa y un sátiro. ¿Y tenéis buena despensa? supóngolo. ¡Ah! me cuidan como una reina.

La Dorotea era muy conocida, y á más de esto, se daba una abundante limosna á la puerta de su casa. Montiño codeaba á derecha é izquierda, pero no podía pasar.

Es que dicen que los lleváis delante. Pues mienten. Sólo he tenido uno, y ese ha sido bastante para que no quiera tener más. Pero volvamos al asunto del día: ¿conocéis á ese nuevo amante de la Dorotea? Yo no le he visto nunca, y eso que voy á todas partes dijo un comediante. Ni yo repuso otro.