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Don Alonso la había comprado a un capitán de galeras; y, cuando el hidalgo regresaba de la Corte, era ella quien le llevaba al lecho, todas las noches, el cocimiento aromatizado para dormir. Beatriz pidió su libro de devoción, para meditar, a su modo, el Misterio del día, mientras la aderezaban la lacia cabellera, cuya negrura imitaba a trechos la morada vislumbre del palisandro.

El rincón, allá contra la pared, es el cuarto de dormir de las muñequitas de loza, con su cama de la madre, de colcha de flores, y al lado una muñeca de traje rosado, en una silla roja: el tocador está entre la cama y la cuna, con su muñequita de trapo, tapada hasta la nariz, y el mosquitero encima: la mesa del tocador es una cajita de cartón castaño, y el espejo es de los buenos, de los que vende la señora pobre de la dulcería, a dos por un centavo.

Y por la noche, cuando regresaban a la gañanía para dormir, otro gazpacho caliente: pan guisado y pan seco, lo mismo que por la mañana. Al morir en el cortijo alguna res cuyas carnes no podían aprovecharse, se regalaba a los braceros, y los cólicos de la intoxicación alteraban por la noche el amontonamiento de carne adormilada en la gañanía.

El único mueble moderno que allí había era una poltrona de caoba, obsequio de algún cliente agradecido. En ella se arrellanaba el jurisperito con gravedad de obispo en misa pontifical. Cerca de la ventana, sobre un tapete empalidecido, dos «butaques» medellineros, de cuero resobado y lustroso, y un gran sillón, incomparable para dormir la siesta.

Yo había oído muchas veces esta frase en Colombia, con un sentido muy diferente. Allí se llama pelar la pava estar ocioso, perdiendo el tiempo cuando se está obligado á una labor ó faena, como el peón que suspende el trabajo para echarse a dormir ó ponerse á charlar sin oficio.

Averiguó, porque no lo sabía, hacia dónde estaba la Bombilla, ajustó y citó un carruaje para las seis y media de la mañana, pensando en tener, si éste faltaba, tiempo de buscar otro; estuvo leyendo, sin enterarse, hasta las dos; intentó dormir, no pudo, y desconfiando de que le despertasen oportunamente, se levantó antes de que amaneciese. A las siete en punto tenía la capa puesta.

Ya ve usted: ¡medio mes de dormir juntos, sin otra separación que un tabique de madera!... ¡Y tantas veces que la han recordado las señoras argentinas en sus tertulias de la cubierta, sin sospechar que la tenían debajo de sus pies!... Los herederos se han portado bien.

La cama albeaba en un rincón; el cariño velaba cerca de , y el aguacero con su ruido monótono me arrullaría dulcemente. ¡A la cama! Un soplo.... ¡Pfff! Ahora, como dijo Bécquer: A dormir y roncar como un sochantre. No a qué hora desperté. Desconocí el sitio en que me hallaba, me volví del otro lado y seguí durmiendo hasta las ocho de la mañana.

Subió Delaberge a su habitación, pero los incidentes de aquella tarde le tenían un poco excitado y no se sentía con ganas de dormir. Abrió la ventana que daba al jardín. Hacia el otro extremo de la fachada vio una luz en una ventana y recordó que era aquélla su habitación, ahora ocupada por Simón Princetot.

Estos y otros lectores asiduos se pasan los periódicos de mano en mano, en silencio, devorando noticias que leen repetidas en ocho o diez papeles. Así se alimentan aquellos espíritus que antes de las once de la noche se van a dormir satisfechos, convencidos de que el cajero de tal parte se ha escapado con los fondos. Lo han leído en ocho o diez fuentes distintas.