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Su voz de dolor y desdén vuela deshecha en las ráfagas del viento. El hijo de Peregrino el Rau hace bocina con las manos. Muchachos, vamos a largar. El viento es contrario y no llegaremos en toda la noche. Si no ocurre avería mayor. Más valía esperar. Al nacer el día acaso salte el viento. ¿En qué año nacisteisUn rayo me parta si no habéis nacido en el año del miedo! ¡A embarcar, rediós!

A pesar de lo horriblemente enfermo que me encontraba, tuve el tacto de continuar dormido, por lo que pudiera pasar. Sentí los brazos delirantes de mamá sacudiéndome. ¡Mi hijo querido! ¡Eduardo, mi hijo! ¡Ah, Alfonso, nunca te perdonaré el dolor que me has causado! ¡Pero, vamos! decíale mi tía mayor ¡no seas loca, Mercedes! ¡Ya ves que no tiene nada!

Esforzábase, sin duda, en aparecer sereno, pero en su rostro demudado reflejábase, tal expresión de dolor y angustia, que conmovía hasta lo más hondo del corazón.

Pálido, temblorosa la barba hasta que la sujetó mordiendo el labio inferior, don Fermín miró a su enemigo con asombro y con una expresión de dolor que llenó de alegría el alma torcida del Arcediano.

Hay una edad en que el dolor se disuelve en las lágrimas como la sal en el agua; después, aunque se llore, también se sufre, y al fin ya no se llora, pero se sigue padeciendo.

Doña Carmen y su criada cuchicheaban a un extremo del vagón: Javier iba contando un puñado de monedas de plata; Clotilde, reclinada sobre un montón de almohadones, tenía impresas en el semblante las señales de un dolor intenso.

¿No duerme nada la señorita? preguntaba Julián al médico. A ratos, entre dolor y dolor.... Precisamente me gusta a bien poco ese sopor en que cae. Esto no adelanta ni se gradúa, y lo peor es que pierde fuerzas. Cada vez se me pone más débil.

Movió el príncipe la cabeza, murmurando palabras de afirmación: «; perdonabaNo quería dejar sobre la otra el más leve peso de su dolor; lo guardaba todo para él... Pero á continuación no pudo resistir el empuje de este mismo dolor deseoso de exteriorizarse, y sintió extrañeza ante las palabras que se le escapaban, atropellando su voluntad. ¡Yo también, lady, soy muy desgraciado!

No puede articular más que estas palabras: ¿Qué te he hecho? ¿Qué te he hecho? Las repite dos veces, tres veces; las repite infinitamente. ¿Qué más puede decir? Toda su ternura y todo su dolor están ahí. Juan no responde nada. Se sienta en el banco y hunde las dos manos en sus cabellos incultos.

»Pero cuando la muerte arrebata una de las dos mitades de nuestra alma trocando nuestro dulce paraíso en un infierno de desesperación y de dolor, entonces todo ha concluido. A aquel que sobrevive sólo le resta una esperanza: la muerte, que al fin y al cabo reúne en su día a los seres que ella misma ha separado.