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Reynoso nada sabía de sus disgustos domésticos, porque jamás le hablaba de ellos en sus cartas. Sólo tenía conocimiento de la muerte desastrosa del marquesito del Lago. Quedose pensativo y una lágrima silenciosa rodó por sus tostadas mejillas. ¡Pobre Clara! murmuró . Merecía ser feliz.

No te apures por los chiquillos, que ya los tendrás, te cargarás de familia, y te aburrirás como se aburrió tu madre, y pedirás a Dios que no te más. ¿Sabes una cosa? Mejor estamos así. Los muchachos lo revuelven todo y no dan más que disgustos.

Lo demás, familia y amoríos, sólo servía para complicar la existencia y dar disgustos. ¡Ay, qué estocadas iba a soltar!... Sentíase con la fuerza de un gigante, era otro hombre: ni miedo ni peocupaciones. Hasta mostraba impaciencia por no ser aún la hora de ir a la plaza, muy al contrario de otras veces, en que iba retardando el temido momento.

Vamos a ver: si yo te hubiera contado esto, ¿no habrían sobrevenido mil disgustos, celos y cuestiones? Quizás no dijo la esposa dando un gran suspiro . Según lo que venga detrás. ¿Qué pasó después? Todo lo que sigue es muy soso. Desde que se dio tierra al pequeñuelo, yo no tenía otro deseo que ver a la madre tomando el portante. Puedes creérmelo: no me interesaba nada.

Todos los vicios, Sancho, traen un no qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rancores y rabias. -Eso es lo que yo digo también -respondió Sancho-, y pienso que en esa leyenda o historia que nos dijo el bachiller Carrasco que de nosotros había visto debe de andar mi honra a coche acá, cinchado, y, como dicen, al estricote, aquí y allí, barriendo las calles.

A fe añadía entre dientes que cuando le eche la vista encima a mi señor sobrino, le espeto lo que viene al caso, por matar así a disgustos a aquella pobre Matilde que es un ángel. Mientras se solazaba Pilar de manera tan conforme a sus inclinaciones, aguardábala Lucía en el balcón del chalet. A aquella hora, nadie estaba en casa, ni Miranda, ni Perico; el Casino se los había tragado a todos.

Yo también he tenido mi cacho de orgullo y he gozado con ciertas tonterías que hoy me avergüenzan. ¡Oh, los años, las tristezas, las enfermedades, le van arrancando a una todas las ilusiones!... Lo que importa ahora, es evitar a todo trance mayores disgustos. Hace tiempo que vengo notando las atenciones del Duque con Venturita y la intimidad que ha nacido entre ellos.

¡Oh, no; es una atrocidad!... Señor Duque, usted está muy lejos de sospechar que su venida a esta casa ha producido graves disgustos. Su carácter bondadoso y llano, la simpatía que el genio alegre y abierto de mi hija Ventura ha conseguido inspirarle, ha dado lugar a habladurías en el pueblo... ¡Oh! interrumpió el Duque sonriendo, para ocultar cierta emoción de vergüenza.

En general sólo hablan mal de la vida aquellos a quienes se les muestra amiga desde los comienzos de su carrera. ¿Será que los hombres nacemos todos con un hueco destinado a los disgustos y que cuando se vacia no sosegamos hasta que logramos otra vez llenarlo?

No te interesa... ¡Disgustos de familia...! LA SE