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, es cierto; existen semejantes hombres, contestó el Sr. Dimmesdale. Pero, por no presentar otras razones más obvias, pudiera ser que no desplieguen los labios á causa de la constitución misma de su naturaleza.

Se adelantó un paso hacia ella y descubrió la letra escarlata. ¡Ester! ¡Ester Prynne! exclamó, ¿eres ? ¿Estás viva? , respondió, ¡con la vida con que he vivido estos siete últimos años! Y , Arturo Dimmesdale, ¿vives aún? No debe causar sorpresa que se preguntaran mútuamente si estaban realmente vivos, y que hasta dudasen de su propia existencia corporal.

Wilson pasó junto al tablado, envolviéndose muy bien en los pliegues de su manto genovés con una mano, mientras sostenía con la otra la linterna, el Sr. Dimmesdale apenas pudo reprimir el deseo de hablar. Buenas noches, venerable padre Wilson; os ruego que subáis y que paséis un rato en mi compañía. ¡Cielos! ¿Había hablado realmente el Sr. Dimmesdale?

Más de una vez el Reverendo Dimmesdale había subido al púlpito con el firme propósito de no descender hasta haber pronunciado palabras como las anteriores. Más de una vez se había limpiado la garganta, y tomado largo, profundo y trémulo aliento para librarse del tenebroso secreto de su alma. Más de una vez, no, más de cien veces, había realmente hablado. ¡Hablado! Pero ¿cómo?

Parece que consideraba esencial conocer al hombre antes de intentar curarle; porque donde quiera que existen combinados corazón é inteligencia, tienen estos cierto influjo en las enfermedades del cuerpo. La imaginación y el cerebro eran tan activos en Arturo Dimmesdale, y tan intensa la sensibilidad, que sus males físicos tenían seguramente origen en aquellos.

Conociendo ella toda la cadena de circunstancias que eran un profundo secreto para los otros, podía inferir que, además de la acción legítima de su propia conciencia, se había empleado, y se empleaba todavía contra el reposo y bienestar del Sr. Dimmesdale, una maquinaria terrible y misteriosa.

Dimmesdale era un verdadero sacerdote, en la significación vasta de esta palabra: un hombre verdaderamente religioso, con el sentimiento de la reverencia muy desarrollado, y con un género de inteligencia que le obligaba á no desviarse de los senderos estrechos de la fe, que cada día se volvía en él más profunda.

Tan viva fué aquella expresión, ó tan intensa la percepción que de ella tuvo el ministro, que le pareció que permanecía visible en la obscuridad, aun después de desvanecida la luz del meteoro, como si la calle y todo lo demás hubiera desaparecido por completo. ¿Quién es ese hombre, Ester? preguntó Dimmesdale con voz trémula, sobrecogido de terror. Me estremezco al verlo. ¿Conoces á ese hombre?

Dimmesdale la tomó á su cargo, el principal consuelo terrenal de la buena señora consistía en ver á su pastor espiritual, ya de propósito deliberado, ya por casualidad, y sentir confortada el alma con una palabra que respirase las verdades consoladoras del Evangelio, y que saliendo de aquellos labios reverenciados, penetrase en su pobre pero atento oído.

Dimmesdale ha cometido antes de ahora una falta, en un momento de ardiente arrebato. No fué difícil restablecer la intimidad de los dos compañeros, en el mismo estado y condición que antes.