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Pero sea que influyeran en ella los celos que parecen instintivos en todos los niños mimados, en presencia de un rival peligroso, ó que fuese un capricho de su naturaleza singular, Perla no quiso dar muestras de afecto alguno á Arturo Dimmesdale.

El ministro había preguntado á Ester, con no poco interés, la fecha precisa en que el buque había de partir. Probablemente sería dentro de cuatro días á contar de aquel en que estaban. "¡Feliz casualidad!" se dijo para sus adentros. Por qué razón el Reverendo Arturo Dimmesdale lo consideró una feliz casualidad, vacilamos en revelarlo.

Detrás del Gobernador y del Sr. Wilson venían otros dos huéspedes: uno el Reverendo Arturo Dimmesdale, á quien el lector recordará tal vez por haber desempeñado, no voluntariamente, un corto papel en la escena del castigo público de Ester; y á su lado, como si fuera su compañero íntimo, el viejo Rogerio Chillingworth, persona de gran habilidad en la medicina, y que hacía dos ó tres años había fijado su residencia en la colonia.

Algunos declaraban que si el Sr. Dimmesdale estaba realmente á punto de morir tan joven, consistía en que el mundo no era digno de ser hollado por sus pies. Por otra parte, él mismo, con característica humildad, decía que si la Providencia juzgaba conveniente llevárselo de este mundo, sería á causa de su poco mérito para desempeñar la más humilde misión en la tierra.

Por feliz me tendría si así fuere, pues merecería la gratitud de la Nueva Inglaterra, si pudiese efectuar tal cura. Os doy las gracias con todo mi corazón, vigilante amigo, dijo el Reverendo Sr. Dimmesdale con una solemne sonrisa. Os doy las gracias, y sólo podré pagar con mis oraciones vuestros buenos servicios.

Por lo tanto, os pertenece exhortarla al arrepentimiento y á la confesión. Lo directo de estas palabras atrajeron las miradas de toda la multitud hacia el Reverendo Sr. Dimmesdale, joven clérigo que había venido de una de las grandes universidades inglesas, trayendo toda la ciencia de su tiempo á nuestras selvas y tierras incultas.

Recibió una impresión de esta naturaleza, de la manera más notable, al pasar junto á la iglesia que estaba á su cargo. El edificio se le presentó con un aspecto á la vez tan extraño y tan familiar, que el Sr. Dimmesdale estuvo vacilando entre estas dos ideas: ó que hasta entonces lo había visto solamente en un sueño, ó que ahora estaba simplemente soñando.

El lector puede escoger entre estas teorías la que más le agrade. Es singular, sin embargo, que varios individuos, que fueron espectadores de toda la escena, y sostenían no haber apartado un instante las miradas del Reverendo Sr. Dimmesdale, negaran absolutamente que se hubiese visto señal alguna en su pecho.

Así nos parece observar que, en cuanto á Ester, los siete años de ignominia y destierro social habían sido sólo una preparación para esta hora. Pero, ¿y Arturo Dimmesdale? Si este hombre delinquiera de nuevo, ¿qué excusa podría presentarse para atenuar su crimen?

Esta expresión era invisible en la presencia de Dimmesdale, pero se volvía más intensa cuando el médico cruzaba el umbral. ¡Un caso extraño! murmuraba. Necesito escudriñarlo más profundamente. ¡Rara simpatía entre alma y cuerpo! Aunque no fuera más que en beneficio de la ciencia, tengo que investigar este asunto á fondo.