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También hizo como que se desabrochaba mi jubón para devolvérmelo, pero no bien le entregué su sayal apretó á correr otra vez, dejándome con lo puesto, que no es mucho que digamos. ¡Habrá tuno! ¡Y cómo se reía el bigardón! Roger escuchó el relato de aquellas lástimas con toda la seriedad que pudo.

Aquí no ha habido ni vencido ni vencedor. Digamos ambos a la vez, a y yo a ti: Valiente eres, capitán, y cortés como valiente; con tu espada y con tu trato me has cautivado dos veces. eres mi cautivo y yo quiero ser tu cautiva; es decir, más amiga tuya que antes. Y diciendo así, tendió de nuevo ambas manos a don Andrés, más cariñosamente y con mayor confianza que la vez primera.

Y no digamos nada de don Felipe II, un monarca tan sabio, tan astuto, que hacía bailar a su gusto a los reyes de Europa como si les tirase de un hilillo.... Todo para mayor gloria de España y esplendor de la religión. De victorias y grandezas no digamos. Si su padre venció en Pavía, él reventaba a los enemigos en San Quintín. ¿Y qué me dices de Lepanto?

No digamos nada en cuanto al personal: el de nuestros enemigos es inmejorable, compuesto todo de viejos y muy expertos marinos, mientras que muchos de los navíos españoles están tripulados en gran parte por gente de leva, siempre holgazana y que apenas sabe el oficio; el cuerpo de infantería tampoco es un modelo, pues las plazas vacantes se han llenado con tropa de tierra muy valerosa, sin duda, pero que se marea.

En lo que toca á religión, son finísimos ateistas, no dando culto ni veneración á deidad alguna, si no es que digamos que su Dios es su vientre, porque no entienden de otra cosa, procurando gozar en esta vida todo el buen tiempo que pueden, viviendo como animales.

Ante todo, decidme ¿por qué si vos me besarais la mano, lo hallaría ridículo y no muy agradable que digamos, aunque os quiero con todo mi corazón, mientras que sucede exactamente lo contrario cuando se trata del señor de Couprat? ¿Cómo, cómo? ¿Qué dices Reina? Digo que me ha sido muy agradable el que el señor de Couprat besara mi mano, mientras que si fuerais vos...

Stein se había incorporado y miraba con extrañeza todos los objetos que le rodeaban. No entenderá lo que le digamos dijo la tía María , pero hagamos la prueba. Hagamos la prueba repitió el hermano Gabriel. La gente del pueblo en España cree generalmente que el mejor medio de hacerse entender es hablar a gritos.

Se ha divertido la maldita. ¡Qué modo de correrla!... Hasta cuentan que se ha acostado con reyes. Y de dinero no digamos. ¡Qué modo de ganarlo y de tirarlo, hijos míos! Esto quien lo sabe es el barbero Cupido.

CLEOPATRA. No, no merece la pena; no tenemos miedo de vuestro acero. Pero acercaos, no temáis; no os morderé. ¡No sois muy valiente que digamos! Ayer, cuando nos arrancasteis brutalmente de los brazos de nuestros maridos, no erais tan tímidos... ¡Os digo que os acerquéis! ESCIPIÓN. Me felicito, señora... CLEOPATRA. ¡Calla! ¿Os felicitáis?

No digamos que le quería, según su concepto y definición del querer; pero le había tomado un cierto cariño como de hermana o hermano. No era ni podía ser el hombre por quien la mujer da su vida, encontrando espiritual goce en este sacrificio; era simplemente un ser cuya conservación y bienestar deseaba.