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Pero Martín no es hombre para pararse. El que tiene aspecto de bravo es Anastasio, ¿no? dijo Ricardo. ¿Ese?... ése es bravo con doña Ramona... ¿Es posible? preguntó Lorenzo. ¡Le da una vida!... bueno que él se ha juntado por la necesidad no más. Y ella parece una mujer excelente. Así es; , señor, ¡buenaza!... y no digamos que sea mala cosa... porque aunque le ande cerca a los cuarenta...

Pues no digamos nada, porque sería cuento de nunca acabar, de la mutua admiración que nacía en ambas almas al considerar el talento o la habilidad del objeto de su amor. Cada pedrada que tiraba Mutileder mataba un pajarillo y partía el corazón de Echeloría, a fuerza de entusiasmo.

Digamos asimismo que en la época en que estos sucesos se efectuaban, el clero y las tendencias religiosas de nuestro pueblo padecían cierta persecución por parte del gobierno, depositado a la sazón en manos de los liberales más extremados y más conocidos por sus ideas heréticas.

Me miraba como se mira a un amigo de la casa, en el que es preciso detener un segundo los ojos, cuando se cuenta algo o se comenta una frase risueña. Pero nada más. Ni el más leve rastro de lo pasado, ni siquiera afectación de no mirarme, con lo que había yo contado como último triunfo de mi juego. Era un sujeto no digamos sujeto, sino ser absolutamente desconocido para ella.

«Acabada la Salve y letanía dijo el Maestre, que allí es preste; «digamos todos un credo á honra y honor de los bienaventurados Apóstoles, que rueguen á nuestro Señor Jesucristo nos buen viajeLuego dicen el credo todos los que le creen.

Para ir a Palermo, se necesita coche de lujo y para hacer la corte a una muchacha high-life concurrir a teatros y a bailes; Quilito era pobre, pero él iba en coche de lujo y se mostraba en palco todas las noches. ¿Cómo hacía semejante milagro? Digamos la verdad: a costa de sus amigos ricos; era un gorrón y nada más, dicho sea sin ofenderle.

Siempre se ha dicho que el por qué de las cosas es inaveriguable; por consiguiente, no quiere decir nada. Póngase el ahora en oración, y digamos, por ejemplo: «¿Qué hay ahora? ¿Qué se hace ahoraNada. Ambas son, pues, palabras nulas, y buenas, por consiguiente. Combínense ahora juntas, y digamos: por ahora, y se verá el efecto peregrino de la suma de todas las nulidades.

Digamos ahora que Mechacan, zapatero, vecino y competidor hacía muchos años del señor José María el Perinolo, que había visto criarse a Sinforoso y le había arreado más de uno y más de dos lampreazos con el tirapié cuando al volver de la escuela le llamaba, para vejarle, por el apodo, le estuvo escuchando desde la cazuela con las manazas apoyadas sobre la barandilla y la cara erizada de púas sobre las manos.

Digamos el día, el solo, el único día, el día incomparable, casi tan raro como la flor que brota cada cien años, cuyo perfume no se respira dos veces; el día en que el cielo parece azul, aunque se esté en otoño, y en que la naturaleza parece una fiesta aunque los bosques estén de luto; el día en que, cualquiera que sea la decoración, rico salón, modesta boardilla, alegre primavera, triste invierno, la comedia, siempre la misma, es siempre nueva desde hace cinco mil años, puesto que es el amor el director de escena; el día siempre corto que pasa como una hora y las horas como minutos; el día en que dos corazones, fundidos en uno solo no dejan escapar más que una palabra de pesar, la última: ¡Ya!...

Yo quiero puntualizar: Digamos a las cinco. ¿A las cinco? Muy bien. A las cinco... Es decir, de cinco a cinco y media... Uno no es un tren, ¡qué diablo! Supóngase usted que me rompo una pierna... Pues citémonos para las cinco y media propongo yo. Entonces, a mi amigo se le ocurre una idea genial. ¿Por qué no citarnos a la hora del aperitivo? sugiere.