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Tras un estudio de mercado que demostraba que los libros eran los mejores "productos" para poner a la venta en la red, Amazon.com empezó con diez empleados y tres millones de artículos. Pero eso no fue una buena noticia para las pequeñas librerías. La librería Ulysses está situada en París, en la Isla Saint-Louis.

Lo verdaderamente infame es que se había valido de su nombre para estafar una porción de dinero a algunos amigos: al cura de San Ginés sesenta duros, al capellán de las Adoratrices cuarenta y cinco, al excusador de San Millán diez y seis, etc., etc. Iba pidiendo estas cantidades como si fuesen para D. Jeremías.

Y, en efecto, al día siguiente, entre diez y media y once, salió de su casa y se fué por la orilla del mar á la de Antonio. Después de cerciorarse que éste había salido, subió por la estrecha y sucia escalera á las alturas en que habitaba. Y llamó á la puerta pálido y jadeante tanto por el esfuerzo como por la emoción.

5 y la trilla os alcanzará a la vendimia, y la vendimia alcanzará a la sementera, y comeréis vuestro pan hasta saciaros y habitaréis seguros en vuestra tierra. 7 Y perseguiréis a vuestros enemigos, y delante de vosotros caerán a cuchillo. 8 Y cinco de vosotros perseguirán a cien, y cien de vosotros perseguirán a diez mil, y vuestros enemigos caerán a cuchillo delante de vosotros.

Fortunata atravesó con paso ligero la calle de Hortaleza, la Red de San Luis. No debía de estar muy trastornada cuando en vez de tomar por la calle de la Montera, en la cual el gentío estorbaba el tránsito, fue a buscar la de la Salud y bajó por ella, considerando que por tal camino ganaba diez minutos.

Y además decía una de Ferraz a la de Silva , ¿no ha visto usted qué cara se le ha puesto sólo con los preparativos esos y con el susto? , parecía un cadáver.... Lo que parecía era una cincuentona. Poco le falta. No, mujer, no exageres. Lo que era que... como se le había caído la pintura.... Diez años más se le echaron encima. Eso .

En fin, durante unos cinco minutos reímos de todo corazón. Luego nos arrojamos sobre un mapa de Francia, y no sin trabajo conseguimos descubrir a Souvigny. Después del atlas tomamos una guía de ferrocarriles, y esta mañana, por el tren de las diez, desembarcamos en Souvigny. Todo el día lo empleamos en visitar el castillo, las caballerizas, los jardines.

Sabedores de esta circunstancia los colonos y criados de la casa, que tan maltratados habían sido aquellos días por la soldadesca invasora, tomaron una horrible venganza en aquellos diez ó doce hombres dormidos, á los cuales dieron muerte á mansalva. Dos días después fueron echados de menos por sus camaradas, quienes, sospechando lo ocurrido, enviaron en su busca una sección de caballería.

Pero los acontecimientos habían ido muy de prisa durante el día y el conde llegó a las diez para decirle que sus planes se habían ido cumpliendo al pie de la letra. Don Diego, al levantarse de la mesa, había corrido a casa de su madre.

La lamparilla no quería arder, su resplandor vacilante luchaba contra las sombras que bailaban sin interrupción en la cama y en las paredes. Frente a pendía la corona de yedra, negra y puntuosa; parecía una corona de espinas. Eran más o menos las diez, cuando Marta se puso a delirar.